Número 4 - Agosto 1998 |
PINCELADAS DE COLOR EN EL DESIERTO La Corriente del Niño causa unos cuantos problemas cuando se le ocurre aparecer por estas latitudes, pero también es quién provoca la ocurrencia de un milagro viviente en la zona norte de nuestro país: EL DESIERTO FLORIDO. Una de aquellas primaveras post-niño emprendí viaje hacia el norte: ya a la salida de Santiago, en la cuesta de Polpaico, hubo aprontes de lo que vería unos cientos de kilómetros después. Los cerros que habitualmente visten de colores pardos y arbustos resecos estaban cubiertos de un verde festivo manchado con amarillos, blancos y lilas. Mi padre, viajero incansable años ha, me había advertido antes de la partida: no creas que las flores están todas juntas, no vas a encontrar prados atestados de ellas; así es que no me hago grandes ilusiones, y me preparo anímicamente para ver cómo merman las flores silvestres a medida que corre el cuenta kilómetros. El primer día de viaje llego hasta Los Molles, la lluvia obliga a hacer una escala no planificada; ni modo, el Niño no quiere despedirse todavía. Al día siguiente el sol reaparece triunfal, y los cerros y lomajes cercanos a la Panamericana lucen esplendorosos y radiantes, pastos verdes y lustrosos recién lavados por el agua... y también se muestran miles y miles de orgullosas flores, repartidas a manchones... recién bañadas y despeinadas, como la rosa del Principito... amarillos, fucsias, lilas, azules, anaranjados... nadie diría que estoy a 200 Km. al norte de Santiago, esto parece un paisaje sureño: enredaderas silvestres llegan hasta la carretera... millones de insectos acompañan a esta floración lujuriosa... son necesarios para que el milagro se repita a la próxima visita del Niño. En las cercanías de Coquimbo y La Serena los cactus lucen coquetos sus flores: blancas, amarillas, para los grandes; aquellos más modestos en tamaño se jactan de sus flores de colores más intensos: rojos, naranjas, fucsias furiosos... prados como pintados a acuarela les sirven de marco... cada cáliz ofreciéndose al viento... pienso que al regreso le tomaré unas diapositivas: ¡mala cosa!, ya se habrán secado... Al norte de La Serena, la cuesta Buenos Aires también se ha puesto ropas primaverales por influencia del infante revoltoso este, la flor fucsia, conocida como doquilla o pata de guanaco ha colonizado cuanto rincón de tierra encuentra, incluidos algunos lomajes producto de arreglos a la orilla del camino. A medida que avanzo hacia el norte la vegetación va perdiendo altura, pero no color, tal vez sea cierto que es más rala aquí que más al sur, pero mis ojos no se cansan de descubrir tanto matiz de verde en estas tierras acostumbradas a la sequedad, a los colores de poca agua... Vallenar, aquí voy a hacer base para visitar los rincones de este desierto vestido para una fiesta, se dice que lo más espectacular está entre esta ciudad y Copiapó. En los lomajes cercanos se divisan colores extraños: granates, amarillos insólitos, matices que parecen la travesura de algún pintor bromista... pequeños insectos hacen su agosto entre tanto néctar repentino... si hasta mi cámara fotográfica está de fiesta, nunca había atrapado tanto color. En el camino hacia la costa de la IV Región la tierra se ve más seca, y el verde escasea: las flores se yerguen solitarias y con pocas hojas, a prudente distancia de sus vecinas, pareciera que no son muy sociables... Con la cercanía del mar el verde aumenta y descubro nuevas flores, nuevos colores... aquí no hay plantas grandes, son todas bajo el metro de altura... ¡allí esta la copiapoa!; bueno, en realidad lo que veo es apenas un miembro de esta familia de cactus endémicos de la zona... son grises, regordetes y bajos, con apariencia de cerebro de gigantes, de esos que pueblan los cuentos infantiles... sus flores son anaranjadas y rojas, de suaves pétalos protegidos por fieras espinas... Aquí hay flores pequeñas y grandes, de muchos pétalos y de pocos, algunas más orgullosas que otras, unas más coquetas, otras más humildes... hay plantas de hojas carnosas repletas hasta la saciedad por la abundancia de agua, y hay otras de hojas pequeñas, ahorrativas en superficie que ofrecer al viento y la sequedad del desierto... una vuelta en el camino y aparece un ramito de novia: albo manojo de florecillas... quiero detener el vehículo, la subida y el fango del camino me hacen desistir... ¡qué pena!, quería una foto del ramito aquel... otra curva y millares de ramitos de novia se ofrecen a la vista de quién ose aventurarse por estos lugares... disparo y disparo la cámara. Cada curva del camino ofrece una nueva sorpresa, más flores, más matices de colores, pétalos de formas extravagantes... cada planta mostrándose como una creación sublime, equilibrada, bella, delicada... si hasta las flores del pelillo, parásito y plaga de la zona, son hermosas... jamás imaginé tanto esplendor y exuberancia en este desierto, el más seco del mundo... escarbo en mi memoria buscando imágenes de estos parajes secos, comparo con lo que ven mis ojos ahora... esto es mucho más de lo que esperaba, me faltó imaginación para pintar en mi mente cómo la vida puebla el desierto... vuelvo a Vallenar con el parabrisas manchado con polen, néctar, y los insectos que lo recogieron... la luz del ocaso tiñe todo de matices rosa y anaranjados. Otro día enfilo hacia Copiapó, las flores y plantas ralean bastante, el verde se hace más escaso, sólo vegetales pequeños... pero no menos esplendorosos. Ahora sí que da la impresión que algún pintor descuidado dejó caer su paleta de colores, o se divirtió dando pinceladas sueltas por aquí y por allá, sobre una tela color arena atacameña... manchones blancos, naranjas, fucsias, lilas... con pequeñas motas de verde... uno por aquí, otro por allá... morado profundo, amarillo sol; hojas de un humilde gris verdoso, pues no necesitan conquistar a los insectos... las flores despliegan su máximo esplendor para atraerlos... Vehículos todo terreno se adentran en los prados interminables... los he visto en varios lugares, son demasiados... ¿qué hacen?; ¿ acaso sus conductores no saben que cada flor que se llevan o destruyen es una promesa menos de un próximo desierto florido?; ¿es que no quieren que sus descendientes conozcan este milagro?... quizás a la próxima venida del Niño ya no renazcan algunas especies, de esas que ya ahora son difíciles de observar. Es de noche, regreso a Vallenar: ¡hay luna llena!, y el cielo sin una nube... la dama nocturna vino a curiosear, y todas las flores acordaron recibirla con su mejor perfume... el viento se encarga de hacer conocida esta fiesta de olores en todos los rincones del desierto de Atacama... silencio, la luna, aromas dulces, cítricos, alegres, profundos... una brisa suave, el rumor de las flores doblando sus talles, reverenciando a la luna, ofreciéndole sus más preciadas esencias... a ella, no al sol... El desierto florece durante toda la primavera, luego de algún invierno lluvioso en extremo... durante tres meses va cambiando el color de su vestimenta... todo depende de qué flor esté de turno: los azulillos y su morado rabioso; las alstromerias y sus infinitos tonos de rosa; los capachitos y su amarillo oro; una ortiga y su flor amarillo limón; el dedal de oro y su naranja que alegra nuestros caminos y vías férreas; los suspiros silvestres y los tomatillos, con sus lila y blanco; los cactus y sus flores blancas, fucsias, naranjas; el chagual y su verde acuoso... malvas silvestres, doquillas, docas, añañucas, claveles del campo, cardos, chagualillos... y cuánta flor de la que reconozco vergonzosa no conocer su nombre... Al regreso han desaparecido algunos
colores, y han surgido otros; llevo en mi equipaje cientos de diapositivas,
mi padre podrá comparar el desierto florido que vio 25 años
atrás con el que vi yo... cada fotografía es un seguro contra
las jugarretas imperdonables de la memoria... contra el olvido de tanta
belleza... al fin, era cierto que las flores no estaban tan juntas, tal
y cómo me dijo... pero también es cierto que fui testigo
del espectáculo más esplendoroso de la naturaleza... bueno,
siempre digo lo mismo... es que amo observar el milagro de la vida.
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