Número 2 - Junio 1998 |
LOS HIELOS MILENARIOS DE LA LAGUNA SAN RAFAEL Del Altiplano nortino los voy a llevar al sur... al ventisquero más renombrado de nuestro país, a una de las lagunas más visitadas.. No hay muchas alternativas para el viaje, hay que embarcarse en algún transporte naviero, ya sea en Puerto Montt o en Puerto Chacabuco, lo que toma 5 o 3 días respectivamente, en los que hay que ir dispuesto a compartir la experiencia con un número no despreciable de personas. En el terminal de embarque de NAVIMAG, en Puerto Montt, de donde zarpa el "Evangelistas", un enorme letrero recuerda a todos los pasajeros: "si hay sol, disfrútelo; si llueve, recuerde que está en el sur". Buen preludio para los 5 días por venir, pues el astro rey y la lluvia se alternarán durante todo el trayecto. La ruta de navegación va por entremedio de los canales de los mares del sur, pasando por el famoso Golfo de Corcovado, que hace que el barco corcovee lo suficiente como para asustar a cuanto pasajero va a bordo… pero uno se olvida rápidamente de los sacudones del barco, pues el paso difícil son sólo unas pocas horas durante la primera noche, y otras tantas durante la última, al regreso. Este es un viaje extraño, en el que oscilo entre la chacota imperante a bordo, y la tranquilidad propia de los lugares por donde vamos navegando... hay 300 pasajeros, aparte de unos cuantos camioneros que usan este transbordador... a ratos me logro abstraer del bullicio de tanta persona..., entonces logro percibir los canales del sur: son bellos, calmos, con aguas que muestran una infinita variedad de matices de verdes y azules y esmeraldas, enmarcadas por la cordillera hacia el este, y un carnaval de islas grandes, pequeñas, islotes e islitas por el oeste, y por todas partes… el frío acosa, a pesar de que era verano cuando fui, el viento intenta barrerlo a uno de cubierta… pero es tan glorioso el paisaje que la porfía puede más, y me quedo a la expectativa de qué va a aparecer tras el próximo viraje en cámara lenta que haga el barco... aunque me mareo un poco. Por estos lados no hay poblados, no hay gente... estas son las latitudes donde algunos valientes han osado radicarse, para colonizar, dicen... o hacer soberanía. La naturaleza aquí es devoradora, pocos han resistido las inclemencias del tiempo, la falta de comunicación... es que los que han llegado por aquí son citadinos con poca o nada experiencia en la supervivencia lejos de la ciudad... es extraño: a bordo vamos un grupo de turistas bulliciosos... se dará cuenta alguien del contraste? Cielos cubiertos, lluvia, nubes de ensueño, por los que se cuela uno que otro rayo de sol... así transcurren los 2 días de ida hacia la laguna... en Puerto Chacabuco desembarcan los camioneros, y los turistas hacemos un alto para ir a Coyhaique... bosques de un verde profundo se descuelgan de los cerros, laderas casi verticales con árboles haciendo equilibrios en los que se les va la vida... hasta que llegamos a la zona arrasada por los incendios forestales... todo seco, lomajes desvestidos de su ropaje vegetal... kilómetros y kilómetros de cementerios de troncos calcinados... vestigios de la necedad del hombre. El tercer día es el esperado encuentro con los hielos milenarios. Los tripulantes me advierten que si está despejado, vale la pena levantarse antes del alba para ver el amanecer en el Golfo de los Elefantes, la puerta de entrada a la Laguna. A las 7 de la mañana estoy en cubierta, el viento es gélido, el cielo ya está clareando, traslúcido, sin ninguna nube, la Cordillera de Los Andes casi al alcance de mi mano… el sol se anuncia con los primeros resplandores… los segundos corren rápido, los primeros rayos solares aparecen tras los cerros nevados… el agua del golfo se disfraza con los colores del alba… tomo mi cámara, y atrapo el instante mágico del astro rey descubriéndose; una, dos, tres fotos… ¡pero qué regalo!, tras años de vagabundear con la cámara al cuello, estos momentos son la recompensa máxima… me queda grabada en la retina, en el cuerpo y la memoria esta fugacidad eterna… las fotografías me ayudarán a que no se me desvanezca la imagen, la sensación, el momento. Ya el sol se yergue orgulloso en el cielo, y se acerca el momento de la entrada a la famosa laguna: estoy en cubierta, arriba en el puente, en primera fila, empiezan a aparecer los primeros hielos flotantes… el viento casi no permite respirar… momento mágico, de silencio, de comunión con la madre natura… pero estamos en un barco chileno, por lo que irrumpen los primeros acordes de la Canción Nacional!… lo siento, pero para mí debiera ser un rito silencioso, místico… entiendo que se hace soberanía al navegar en estas latitudes, pero a mí casi me hace trizas el encantamiento de hallarme en semejante paraje. ¡La Laguna San Rafael!, entramos…
es más grande de lo que imaginaba, y es un espacio más abierto…
siempre pensé que estaba encerrada entre cerros y montañas…
la madre natura nos regala un día despejado y luminoso como pocos,
dicen los tripulantes; a veces hay viento y no se puede bajar, o llueve,
o cae nieve… hoy tuvimos suerte.
La bajada es en lanchas, por turnos, pues 300 personas esperan para tomarse el whisky tradicional con un hielo milenario… a mí me tocó bajar a las 10 de la mañana, la excursión dura alrededor de una hora, con una aproximación máxima de 500 mts. al ventisquero, pues los desprendimientos provocan oleajes fuertes que ponen en peligro a las lanchas pequeñas. Pasamos entre catedrales de hielos con los colores de la eternidad… el sol juega con las masas de agua congelada, las traspasa, las ilumina, las incendia con su luz… las gaviotas posan coquetamente en posiciones estratégicas, sobre hielos de azules de fantasía, blancos, celestes, turquesas, millones de matices de colores… disparo y disparo, atrapo luces, reflejos, hielos, brillos, texturas, instantes, el ventisquero imponente… se desprende una masa de hielo, el estruendo que produce no lo registra una foto, tampoco una cámara de video… sólo quedará en la memoria. Apenas una hora, con dos vasos de whisky con hielo salado en el cuerpo… se termina la excursión, de vuelta al barco, otros esperan su turno… toma todo un día el que 300 personas tengan su encuentro cercano con el ventisquero más popular de nuestro país… desde el barco se le observa teñirse de distintos colores a medida que avanza el día; las frías aguas siguen el mismo juego… dicen los tripulantes que la Laguna nunca está vestida del mismo color, que en los años que la han visitado nunca se ha repetido el espectáculo que brinda a sus visitantes... un lobo marino solitario se dedica a coquetear con las lanchas... La vuelta a Puerto Montt es por los mismos canales, pero a distintas horas, con luces diferentes, con cielos límpidos… pareciera que la madre naturaleza siente la misma placidez de quienes visitamos el ventisquero… y en la noche nos regala una lluvia de estrellas fugaces como nunca he visto… sólo puedo sentir, observar, disfrutar, pues no existe cámara, ni película que valga o sirva para registrar y atrapar tanto esplendor. Al pasar de nuevo por Puerto Chacabuco
se embarcan los camioneros; los pasajeros vamos a Puerto Aysén,
aquí todavía sobreviven los bosques nativos, con sus preciadas
maderas... al quinto día se regresa a Puerto Montt, tras el paso
obligado y zarandeado por el Corcovado en horas de la noche… pisar tierra
firme después de 5 días navegando produce uno que otro mareo…
pienso que me gustaría volver algún día en un barco
pequeño, con poca gente a bordo, con más silencio… algún
día…
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