Número 3 - Julio 1998
COLUMNA DEL NAVEGANTE

EL CHUNCHO

De las cosas que extraño de mi ciudad, una de ellas, es la falta de aquellos personajes tan típicos, tan exclusivos, que de alguna manera, formaban parte de nuestra vida. Recuerdo a muchos de ellos. Estaba el "Chabi Chequer", un pobre ciego, cantante callejero, que le tenia un miedo atroz a los temblores y terremotos. Estaba también la "loca Clara", que de una hermosa mujer, de la noche a la mañana, se perdió en su locura, y siempre se la veía deambulando, hablando sola, y hasta bañándose en la pileta de la Plaza Victoria, para el deleite de más de algún travieso. 

Había muchos de estos personajes. Pero esta vez quiero hablar del Chuncho.

El Chuncho vendía pescados en un canasto. Siempre por las mañanas, su voz desde lejos, llenaba la vecindad con su típico "quere pescaaaaaaa, fresquita la pescaaaa". Y confiadamente, la gente le compraba sus frescos pescados, los cuales limpiaba en la misma vereda de la puerta de la casera. Su material de trabajo era un plástico, y una cuchilla bien afilada. Una mañana no era completa, si no era escuchada la voz del Chuncho anunciando su mercadería con sus típicos y melodiosos gritos. 

Trabajaba hasta la hora del almuerzo. Y partía a los billares. Allí se la jugaba toda la que ganaba, a veces perdía, a veces ganaba. Pero a su casa, siempre llegaba borracho. 

Para el Chuncho era como una obligación, levantarse temprano a trabajar, ir a los billares a jugar, y de noche ponerse a tomar y claro, después ponerse a pelear. Porque era peleadorazo, y en su núcleo, era muy bien respetado. 

Pasaron los años para el Chuncho también. Se casó, y muy pronto un hijo les llegó. El Chuncho chico era su gran tesoro. Vivía para él. Y cuando el muchacho no iba a estudiar, acompañaba a su padre a trabajar y le ayudaba a gritar los pescados. En ese tiempo, la gente aprendió a querer aun más, al Chuncho. Y entre ellos, Yo. 

Hasta que el Chuncho chico terminó su cuarto medio. Sólo eso quería su padre, ahora que hiciera lo que quisiera, lo que más le gustara. Y más de alguna vez, se le escuchó decir..."Yo me crié a la pinta mía, que él haga lo que quiera.."

Y lo que más quería el Chuncho chico, era un sueño que lo soñaba desde niño. Se veía jugando al Fútbol, en la Selección Nacional.

Ese sueño lo acompañó toda su niñez y su adolescencia, era el sueño de su vida.

Y como el Chuncho, se esmeraba por todo lo que su hijo quisiera, lucho como león para inscribirlo en una prueba, para ser jugador del club de la ciudad.

Y allí llego un día, a probarse en la Juvenil. Sólo necesito de un partido y le dieron el SI de inmediato, firmando un escuálido contrato en la Juvenil del Santiago Wanderers de Valparaíso. La suerte corría de su lado, porque al final de la temporada y debido a sus habilidades, lo pasaron al equipo titular, es decir, a formar parte del plantel oficial de su querido Wanderito.

El Chuncho no daba más de gozo, el Chuncho estaba orgulloso de su muchacho. Partido que su muchacho jugaba, el Chuncho se emborrachaba . Y ya no peleaba. Ahora sólo lloraba.

En el año 1995, gracias al valioso aporte de Claudio Muñoz, alias el Chuncho chico, el equipo del Puerto, Wanderito, como todos sus seguidores lo llamaban, salió campeón de Chile en Segunda División, y por fin, nuevamente, subía al Fútbol profesional. El chuncho más lloraba.

Se iniciaban en aquel entonces, las eliminatorias para el Mundial de Francia 1998, y la Selección Nacional, en manos de un conocido entrenador, se fijó en el Chuncho chico. Pero quiso el destino aquella vez, jugarle una mala pasada al muchacho. Después de un pésimo juego del equipo, al finalizar casi el juego, pusieron al Chunchito, en reemplazo de una gran estrella de nombre Zamorano y sólo jugó 13 minutos. Fue cuando Chile, logró un bochornoso empate ante Venezuela.

A las dos semanas, el chuncho chico es vendido a un equipo de segunda división, que jugaba en México. Era apartado de su País. Casi olvidado por la Selección.

Después de una seguidilla de malos partidos, el entrenador de la Selección, es sustituido de su cargo, y comienzan a ventilarse nombres, para dirigir a la Selección. Y el que asume, jamas pone en su lista, el nombre de Claudio Nuñez.

Pero en México, el Chuncho chico seguía cosechando éxitos, y nuevamente haciendo de las suyas, saca campeón a su equipo, y lo sube a Primera División. Y comienza a escucharse su nombre.

Mientras en Chile, su padre, el Chuncho, ya no vendía pescados. Las cosas en materias económicas, mejoraban, el Chuncho chico respondía.

Y se juntaron un montón de factores. Muchos jugadores lesionados, se buscaban nuevas variantes, el asunto fue de repente, llamaron nuevamente a integrarse a la Selección Chilena, a la brevedad posible, al Chuncho chico.

Chile nuevamente jugaba contra Venezuela, y había mucho en aquel partido. Estaban esos puntos, que eran obligados. Estaba también la moral del equipo, que aún no se ajustaba como era necesario a la tranquilidad de la nación toda. Estaba la necesidad de un delantero estable, habilidoso. Estaba todo Valparaíso esperanzado en aquel muchacho. Estaba mi barrio entero rezando por el Chuncho chico, recordando sus grititos, cuando vendía pescado siendo un niño.

Estaba el Chuncho, lucido como nunca. Su casa llena de amigos, con su mujer de la mano, mirando la tele, esperando ver su muchacho. Y también estaba Yo, en un país lejano, deseando lo mejor al Chuncho chico.

Nadie aún sabía la formación del equipo. Nadie sabía si Claudio Muñoz entraría jugando, factor importantísimo para un profesional que debuta, es la más clara muestra de fe para un jugador. El estadio Monumental estaba repleto y las imágenes del partido, serían transmitidas a nivel mundial. Ese era el gran desafío de Claudio Muñoz, esa era su mejor vitrina. Era hoy o nunca para el Chuncho chico.

Y sale Chile a la cancha con Ban Ban Zamorano a la cabeza. Y de inmediato, las manos del Chuncho se apretaron con las de su mujer y un nudo seco se poso en su garganta y sus ojos se llenaron de lagrimas, porque allí, justo detrás de Zamorano, con una pelota en la mano, corriendo hacia el centro de la cancha, iba su adorado muchacho, su Chunchito iba a jugar. El estadio de pie ,aplaudía, la televisión lo enfocaba en un primer plano, era la nueva gran esperanza, su pelo flotaba en el aire azotándose en sus hombros, la misma cara de niño. Al fin su sueño estaba realizado. El Chuncho seguía llorando, sus amigos todos gritando y su mujer a su lado abrazándolo y también llorando.

Y quise eternizar ese momento, dedicándole al Chuncho estos recuerdos. Aquella memorable noche Chile gano 6-0. Claudio Muñoz fue el héroe indiscutido. Pero allá lejos en mi barrio, como en tantos otros más, la noche trajo un recuerdo. Evocaban al Chuncho gritando "quere pescaaaa, fresquita la pescaaaaaa..." Y no se pudo en muchos rostros lograr contener, alguna lágrima que quiso escapar. Como tampoco yo lo pude evitar, al hoy, escribir y recordar.
 


WANDERITO



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