Número 6 - Octubre 1998
DESDE EL TEJADO


¿Aló?

Tratando de sobrevivir
al teléfono


Se supone que el teléfono, el fax y otros inventos logran acercar el mundo. Una vez que se hicieran populares ya no sería necesario desplazarse físicamente hasta un lugar dado para poder requerir información inmediata y actualizada. Me imagino que en algún lado debe ser así, porque al menos, en este larguirucho país al sur del mundo la cosa funciona exactamente al revés.

Baste para afirmar lo que digo un sencillo ejercicio: el abrir la guía amarilla en una página al azar y tratar de consultar respecto al primer artículo raro que nos llame la atención, como por ejemplo, un tapón de goma para lavadero estándar, claramente anunciado como producto "especialmente" distribuido por "El museo de la Goma".

Levanto el teléfono y marco el número. Aguardo un segundo, hasta escuchar la voz de una mujer a la que parece le hubieran puesto un perro de ropa en la nariz: "Museo de la goma, buenas tardéeees, ¿en qué puedo ayudarlo?" . "Estoy en el lugar correcto" pienso para mí, por lo que arremeto: "¿Tienen ustedes tapones de goma para lavadero estándar?", pregunta a todas luces obvia, dado el tamaño destacado del anuncio en las páginas amarillas. La respuesta de la telefonista se hace esperar algunos instantes, después de un breve silencio (revelador de algunos titubeos), escucho: "¿Tapones de goma para lavadero estándar?, espere, le comunico con ventáaaaas..." Mientras espero, soy sometido a una musiquilla sosa que lejos de amenizarme la espera me la torna tediosa y eterna. Al cabo de un par de minutos escucho una nueva voz ante el teléfono: "Ventas de productos de Goma. presurizada, buenas tardéeees", ante lo que repito mi pregunta: "¿Tienen ustedes tapones de goma para lavadero estándar?", nuevamente un silencio medio incómodo y la respuesta: "A ver... espéreme le comunicaron mal...". Nuevamente música, si es que así se le puede llamar a "Para Elisa" en versión tilin-tilín. Al cabo de un rato nuevamente otra voz, esta vez masculina: "Contabilidad, buenas tardes" - "¿Tienen ustedes tapones de goma para lavadero estándar?" - "No señor , esto es contabilidad, espere, transfiero la llamada". En este punto me empiezo a arrepentir de necesitar un tapón para mi lavadero. "Ventas de tapones, buenas tardéeeeees", respiro con algo de alivio, al menos aquí reconocen vender tapones. "¿Tienen ustedes tapones de goma para lavadero estándar?" . . . como ya se me ha hecho habitual, un silencio me responde por unos momentos, a lo que sigue un "espere", después de lo que escucho un grito proferido sin ningún recato: "¡ ¡Juáaaaaaaan! !, ¿vendemos tapones para lavadero estándar?", el que es respondido con un "¿Tapones para lavadero estándar?, busca en el manual de tapones, página 3", otro silencio, condimentado con el frenético pasar de las hojas de algún cuadernillo. "¡¡Juaaaaaannn!!, ¡¡sólo salen tapones para lavadero estándar de sifón!!", "¡¡ Son los mismos!!" responde la voz del aparentemente único sabedor de lo que vende y sostiene la empresa. 

Pero no hay que imaginarse que a estas alturas nuestro problema habrá concluido, no si recordamos que de antemano ya sabíamos que la empresa sí vendía tapones de goma para lavadero estándar, algo abiertamente publicitado en la guía, luego, si hemos tomado la decisión de llamar a la empresa debe ser que andamos en busca de mayores antecedentes.

"Sí señor, tenemos tapones de goma para lavadero estándar", me responde triunfalmente la vendedora. "¿Nacionales o importados?, pregunto... silencio, seguido de otro "¡¡Juaaaaannn!!, los tapones que salen acá ¿son nacionales o importados?", "¡Nacionales!", "Nacionales señor" y aquí esgrimo la pregunta clave, la razón de mi llamada, el propósito de mi abnegada espera, el lapidario, rotundo y atemorizador: "¿cuánto valen?".

No sé qué pavor enfermizo suelen experimentar algunos vendedores ante preguntas que son tan simples, sin embargo parecen como dominados por alguna fuerza subyugante superior a sí mismos... "¿de dónde llama señor?" . Tratando de contener un "qué le importa" que trata de huir de mi garganta, musito un "soy particular", tratando de interpretar adecuadamente el propósito de tan poco delicada pregunta. De todos modos, el violento raudal de ira que he ido conteniendo no puede hacer otra cosa más que derramarse sobre la simplona vocecilla de marmota que me replica: "lo siento, pero esa información no se la podemos dar por teléfono, tendría que acercarse a nuestro local". ¡Graham-Bell se sacude en su tumba de pura rabia! , ¡tantas privaciones para dar al mundo el invento del teléfono parra que una vendedora advenediza venga a limitar a su antojo la verdadera utilidad de su invento!

Sinceramente a veces me he preguntado qué tipo de simios contratan algunas empresas para llevarles sus ventas. O tal vez las personas encargadas del avisaje no tienen ni idea de lo que venden sus clientes, o simplemente el único que se interesa por el rubro se llama Juan y no le han puesto un aparato telefónico para que atienda. Como sea, la utilidad del teléfono queda puesta en duda de la forma más vergonzosa precisamente por quienes debieran ser sus mayores beneficiados: sus propios usuarios. ' Esta, desgraciadamente, es la parte agradable de la situación. Hay otra peor.

Las máquinas contestadoras.

"Buenas tardes, usted se ha comunicado con 'Empresa de jabones Copito de nieve', para comunicarse con Archivos y partes, marque uno, para comunicarse con jabones importados marque dos, para comunicarse con adquisiciones marque tres, para comunicarse con ventas al por mayor marque cuatro, si Ud. desea comunicarse con una de nuestras operadoras por favor aguarde un momento..." y como parece que con la maquinita eliminaron a la mayoría de las operadoras, debemos soportar una musiquita aletargadora por algo más de un minuto, hasta oír nuevamente el "Buenas tardes, usted se ha comunicado con `Empresa de jabones Copito de nieve', para comunicarse con...". Resultado final, cero humanos en el proceso, desconcierto absoluto de quien llama y millonarios ingresos para la CTC.

Aunque el monstruo verdadero tal vez lo sean las máquinas contestadoras anexadas a la línea del único ser en una organización capaz de ayudarnos en alguna tarea imperiosa y urgente. Ni su secretaria, ni su reemplazante (de existir, nunca hay uno), ni el compañero más próximo sabrán jamás cómo ayudarnos, así sea que efectúen el mismo trabajo. Sólo él, sólo uno, provisto de un número directo:

"Hola, soy Juan, en este momento no puedo atenderte, por favor déjame un mensaje después del tono y te llamaré a la brevedad posible". Al oír esta grabación, sólo puedo imaginarme a Juan cómodamente sentado con los pies arriba del escritorio, sin zapatos y con una taza de café en la mano, mientras nos desvivimos dejando mensajes en su máquina, que nunca sabré si los consulta o los recibe, o los clasifica por los cinco más extensos o qué se yo... Sólo sé que esas maquinitas infernales son sumamente amedrentadoras. Si llamamos a un amigo, empezamos a balbucear algo así como: "esteee, ¿hola? Hablas con Pedro, no tu cuñado, Pedro el del equipo de baby, esteeee, quería decirte que, mira, ¿me puedes llamar de vuelta?" y mientras dejamos el mensaje, miramos a todos lados por si alguien nos está viendo, es que nos sentimos inmensamente ridículos de hablar como si estuviéramos solos y ante una máquina, que ni siquiera sabemos si funciona correctamente.

"Tono Fax"

"Prrriiiipppppp ttuuuuutttt prrriiiiiiiippppp, tiririririririririr, tititititititt." A veces se me ocurre que es un nuevo dialecto, pues basta marcar un número en el que se supone responden seres humanos para escuchar estos pititos agudos. Como no domino ni en sueños el idioma de fax, me veo obligado a colgar y buscar un mejor medio de comunicarme con quien busco de forma urgente.

Peor es la situación inversa: "¿me puede dar tono de fax por favor?" a lo que escucho un grito destemplado como única respuesta: "¡¡Juaaaannn!!, ¿cómo se hace para dar tono fax en esta cosa?", y nuevamente quedo entregado a las manos salvadoras de Juan, el sabelotodo, ese ser prodigioso que por los designios del destino lleva en su interior la mágica solución a mis problemas de comunicación. Eso cuando he tenido suerte, porque en la mayoría de los casos seré sometido a un intenso interrogatorio: ¿de dónde llama?, ¿cuál es su nombre?, ¿para quién es su fax?, como si fuera posible enviar algún explosivo o arma química monstruosa a través de la línea.

Cuando respondemos nosotros

¡¡Riiing Riiing!!. "¿Aló?" y se pronuncia la voz al otro lado: "Buenos días, mire, yo tengo un auto que me compré en "Automotora cuatro ruedas", un buen coche ¿sabe?, y bueno, ha caminado bien, aunque no lo uso mucho en realidad, pero últimamente ha estado dando algunos problemas, el mecánico me dijo que podían ser los pistones, pero finalmente se dio cuenta que era otra cosa y lo arregló, pero hace poco volvió a darme problemas y resultó que eran las bujías, esteeee... ¿vende bujías?" Honradamente, si sólo soy un vendedor de bujías ¿me puede interesar para algo todo el historial de desperfectos mecánicos de un automóvil? ¿No es más corto ir al grano y decir tan solo: '¿vende bujías?'? Es así, pero hay demasiadas personas que parecen necesitar de una oreja que los escuche: si es una llamada al veterinario, el pobre tendrá que tragarse toda una historia sobre coquetería felina y romances en el tejado, antes de que le pregunten si tiene abierto los domingos; si, en cambio, es un médico, tendrá que apretar los dientes mientras escucha a una señora muy adolorida que le comenta el modo preciso y el punto exacto en que la ciática le duele por las mañanas, antes de que la veterana se acuerde que llamó para averiguar si atiende por Fonasa; si es un bombero, tal vez tenga que oír con lujo de detalles la forma espantosa de como se quema el almacén de "Don Giusseppe", antes de que el atolondrado denunciante atine a soltar la dirección a la que deben ir por socorro.

Una costumbre que me molesta especialmente, es la de algunos "desalmados" que ni siquiera tienen la bondad de saludar al llamar por teléfono, sólo gruñen un "¿con quién hablo?, absolutamente descortés y desconsiderado. Esta práctica viene a ser lo mismo que si fueran a una casa cualquiera, tocaran la puerta y le ladraran al primero que saliera a atender un "¿quién es usted?", claro que en este caso sí es posible tirarle tomates podridos al desatinado, no así al teléfono. Es el deber del que irrumpe en terreno ajeno (aunque sea por medio de la línea telefónica) saludar, presentarse y explicar el motivo de la llamada, esto no es gringolandia, es un país de gente que se supone es atenta u hospitalaria.

En fin, aquí usamos las herramientas como mejor se nos ocurre, si los teléfonos fueran martillos, de seguro los usaríamos de destapadores o sopapos. No niego que debe haber sitios en donde las cosas sean más razonables, si los encuentran, no duden en dejarme recado del sitio exacto y teléfono de contacto en mi máquina contestadora para eso usen la opción "#" (gato) seguido de un "3" (recados para leer después), o si lo prefieren pueden esperar en línea por si se me ocurre levantar el teléfono (ha pasado, en serio).
 


CUCHO

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