Número 5 - Septiembre 1998 |
Borrachitos, curahüillas y chilenos varios
Chile, diga lo que se diga y como se diga, jamás dejará de ser un país de costumbres. Variadas, pintorescas y atractivas, desde nuestra impuntualidad hasta nuestros curaditos, todo puede formar parte de un paisaje chileno. Para fiestas patrias suben los índices de accidentes de tránsito provocados por el exceso en el consumo de bebidas alcohólicas, y como no, si somos un país que consagra dos días feriados completos a sus fiestas patrias y que por lo general se extienden a 4 si se topan con un fin de semana y más porque el 17 todo el mundo lo trabaja ½ día y empieza la tomatera en la misma pega. A tomar se ha dicho, pero no es tomar por tomar no más, sino que es tomar por Chile, por la patria, por las gestas heroicas, por los amigos, los asados, anticuchos, empanadas y demases. Actitud más o menos frecuente en los varones, tomar hasta quedar tirados, en calidad de bulto, sentimentales o sementales, da lo mismo, la gracia es excederse, claro que el exceso parece formar parte de la forma de vida en más de algún fulano. No debiera, pero la verdad es que lo tiramos a la chacota, nos reímos de los borrachitos, obviando el drama subyacente. Y es que mueve a risa ver a un curadito bambolearse como un péndulo mientras camina sin rumbo aparente, es divertido escucharlos con su lengua enredada entre los dientes, las ideas bulléndoles en el más perfecto desorden, y sus díscolos miembros entregados a su suerte. ¿Quién no se ha entretenido con el tragicómico espectáculo de un "borracho analítico" de esos que, con las más absoluta de las concentraciones, centran toda su atención en al copa que tienen al frente ? Siempre me pregunto qué cruzará la mente de esos hombres, encorvados, como si estuvieran sumidos en un complejo análisis de las propiedades físicas de los líquidos que contienen los vasos, tal vez divagando sobre el curioso efecto que les provoca en el semblante, ningún ruido extremo los distraerá, ni la llegada de un amigo o el cierre del local, seguirán allí, estudiando su bebida. Ni hablar de esos a los que el alcohol les sale más barato y efectivo que el mismísimo Viagra. Pareciera que el líquido se le fuera directa y rápidamente a la sangre y ésta (la sangre) se les dirigiera sin mayor trámite al órgano que mejor responde ante ella. Sí, se vuelven unos sementales, ávidos de sexo, con el olfato pronto a detectar la presencia en masa de hormonas femeninas. "Lanzados" en extremo, babeando prácticamente sobre los pechos de las mujeres, tratando de mirar y tocar cuánto más puedan, siendo sumamente "pegajosos" y "cargantes". Para la risa, porque se creen el cuento de que son "supermachos", atractivos, varoniles y estupendos, cuando en realidad son un jocoso espectáculo para el resto, moviéndose torpemente y haciéndose acreedores a sendos charchazos de las muchachas agraviadas (si es que no se han ganado una paliza proveniente del novio ofendido). Cuántas amistades se han perdido o resentido a causa de la repentina locuacidad de algún borrachito. Es mentira eso de que siempre dicen la verdad, a veces salen con ocurrencias de último minuto o chambonadas no previstas. "Ernesto... tu mujer siempre me ha gustado, es más... es riiica, pero yo te respeto, te respeto porque soy un buen chato...". Confesiones semejantes sólo son posibles entre borrachos, pero en aquel tipo particular de personas a la que la bebida no sólo les hace decir toda la verdad o los vuelve habladores, sino que además les estimula esas zonas escondidas, donde sus sentimientos más recónditos deben ser expresados. Así, declaraciones de amor a la señora del amigo (normalmente sobria y disgustada), escenas de hombres llorando abrazados por las ofensas del pasado, lamentos a causa del tiempo transcurrido, del "compadre juancho" que lo atropelló el tren, o del día ese en que le apostaron al caballo que iba ganado y casi al llegar se quebró una pata. historias con olor a reconciliación pasajera, y que al otro día, al despertar de la mona, no recordarán en absoluto (al menos los borrachitos, porque en lo que se refiere a la mujer del amigo... ¡Dios me libre!). También están los borrachos por simple compromiso, demasiado frecuentes para mi gusto. Toman porque los demás lo hacen. Nada saben de técnicas distractivas o de "aguante". No son capaces de decir que "NO" a un trago si los amigos los están mirando... menos si hay mujeres presentes, deben parecer resistentes y viriles, la bebida es para hombres, y mientras más fuerte en grado alcohólico, más hombres parecen ser. Claro que estos "hombres" olvidan que también es señal de virilidad el dominio de la voluntad a pesar de lo que otros piensen. El caso es que terminan absolutamente ebrios, llegan a su casa, es decir, no "llegan", los llevan, como costales de papas, se tiran (se caen, más bien) en sus camas como muertos, y como no tienen idea de que deben dormir "anclados" (o sea, sacar una pierna de la cama y apoyarla en el suelo para evitar mareos y vómitos), dejan sus sábanas dignas de una película de terror viscoso tipo Aliens. Una especie particularmente molesta, la suelen constituir esos borrachos ya entregados, que sólo con el auxilio de un último esfuerzo de conciencia, logran subir al metro o a la micro, donde, una vez en ellos, se entregan desvergonzadamente al sueño. Lo malo es que siempre se dejan caer en el asiento vacío al lado de alguna señorita, lugar en el cual "se mueren", usualmente mediante enterrar nariz y boca en el hombro de la vecina, quien trata de apartarse molesta, sin gran éxito, por cuanto está acorralada contra la ventanilla. En este punto el borracho empieza a resoplar o a jadear, roncando con la boca abierta, dando grandes bocanadas de sus fragancias a la chiquilla, que debe contener las náuseas estoicamente. Que no se diga que es muy fácil
hablar de otros y no referirse a las caídas propias, porque en esta
materia nadie está lo que se diría "libre". Yo, al menos,
todavía me estoy preguntando cómo fue que amanecí
bajo la taza del baño en la casa de un amigo, cuando me suponía
cómodamente recostado viendo una horrenda película en el
cable. Qué dije o hice a partir del momento en el que perdí
la conciencia... nunca lo sabré, salvo por la evidencia de la que
me deshice después de reiteradas sesiones de "tirar la cadena".
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