DISTRIBUCIÓN GRATUITA     Número 1 - Mayo 1998


TEMAS DE CHILE

LA NUEVA CULTURA MALL


 

El Domingo es a veces un poco aburrido y por lo mismo las familias de Chile deben buscar algún entretenimiento. En los Cincuenta el paseo típico era el zoo o el parque. En los Noventa el paseo obligado de fin de semana se llama: MALLS.

Sí, hoy se considera paseo a la simple rutina de guiar el auto hasta un gran recinto, observar las vitrinas en perfecto desorden, y terminar almorzando en grandes y atestados salones de comida, donde ofrecen la más selecta chatarra culinaria de moda.

Esa es la imagen que nos han vendido los publicistas sobre Chile: un país moderno, que no tiene nada que envidiar de las grandes capitales del mundo. Un Chile avanzado, demostrando sus progresos en forma ejemplar, a medida que nos hundimos cada vez más en el consumismo.

¿Cómo se puede explicar, si no, el que un par de lolas vayan de paseo a la hermosa ciudad de Puerto Montt, y lo primero que deseen fervientemente conocer sea el nuevo Mall, un local que la única diferencia que puede guardar con los de Santiago, es el tamaño?

Pero Chile no se resume sólo en eso, porque nadie me dirá que los habitantes de Chile son sólo aquellos que pasan sus Domingos hormigueando en un shopping, ¿verdad?. Existe una cara de este hermoso país que no nos atrevemos a vender afuera, es nuestra cara postergada, pero no por eso menos vigente en Chilenidad y colorido, son los malls de los pobres, los "persas", las ferias libres y los mercados.

Es en estos sitios, donde el extranjero visitante se puede impregnar de verdad de eso que llamamos patria. Lugares plenamente pintorescos, con mil rostros distintos, ofreciendo a todo tipo de gente, mercadería de la más diversa índole y de los más insospechados orígenes. Lo curioso, es que si hacemos una pequeña comparación con los monstruos mercantiles de los malls, hallaremos una multitud de convergencias curiosas, veamos a qué nos referimos.

Los food-gardens

Expresión foránea, que sugiere la idea de un patio o jardín de alimentos. A nadie le debe ser desconocido este modo de reunir a las familias. Se resume en un salón atestado de mesas y sillas, donde se observa una economía de los espacios impresionante. Rodeando a este patio, se podrán observar una variedad de locales de nombres extraídos de una guía telefónica Británica, ofreciendo todo tipo de comida pre-hecha, cuya característica principal es la de no aportar casi nada desde el punto de vista nutritivo. Allí, en medio de una espantosa falta de silencio y privacidad, es donde se puede encontrar a familias enteras de caras felices, creyéndose "modernos".

Su homólogo nacional, lo podemos hallar en la feria del "Bio-Bio", un comerciante ataviado con una cotona, de pie junto a un improvisado mesón donde tiene sus empanadas fritas, las ofrece a viva voz, en tanto que lo transeúntes se detiene a comprar la jugosa mercancía, que de seguro consumirán ahí mismo. Más allá encontraremos un carrito, frente al cual se han provisto algunas sillas y mesas enclenques, donde muchos de los visitantes degustan perniles, cabezas de chancho y "sánguches de potito". A guisa de servilleta ofrecerán a sus parroquianos un papelito grisáceo (al que tan sólo le faltarán unas letras para parecer papel de diario). Mejor olvidarse de la idea de un salón de no fumadores, o de un baño, aquí cada uno se bate como mejor pueda.

En el mall, en cambio, existen zonas perfectamente definidas, sitios en los cuales se puede fumar o no. Claro que la costumbre es colocar los avisos donde nadie los vea o de hacer caso omiso de las advertencias. Al menos el propósito existe.

La variedad no es habitual en ninguno de estos sitios, sea que hablemos de malls a "la Americana" o de nuestros galpones a la más tradicional rutina criolla. Ni soñar, por ejemplo, con encontrar unas ricas sopaipillas pasadas en el Alto las Condes, o un exquisito y humeante plato de porotos con riendas ("no se me ponga roteque pos mijo"), o la reconfortante cazuela de la abuela. Con suerte encontraremos una vianda que contenga un pastel de choclo con sabor a pollo sietemesino, o humitas con albahaca de supermercado. Lo espantoso son los condimentos, las salsas. No será novedoso comentar sobre los dispensadores de "Ketchup", Mostaza o Mayonesa, o las ya tradicionales cremas de ajo u otras. Uno siempre las come con las sospecha de que equivocaron el despacho de las témperas de la librería, de todos modos el sabor nunca es muy distinto.

Por otra parte, el sabor, o el exceso de éste, parece ser la tónica del Bio-Bio. No es raro encontrar humeantes puestos que ofertan unos embutidos de dudoso aspecto, que no despiden más que un olor nauseabundo, y que de todos modos seducen con sus encantos los aguerridos estómagos de los más asiduos. O visitar el característico local al paso, donde es posible degustar, desde una sopa de cabezas de pescado, hasta una paila marina completa.

Caminando sus pasillos, las tiendas, los artículos

En un mall es pecado mortal el no mantener una vitrina reluciente, o bien no conservar el piso en óptimo estado. Es requisito de venta y muy lógico por lo demás. Nunca (salvo que se habite en un hospital) será posible sentirse "como en casa" en un lugar como este. Lo impersonal es parte del juego. Lejos de esa realidad, el Bio-Bio habita entre el polvo y el ruido propio de un barrio con veredas de tierra o de descuidado pavimento.

Mientras en los malls, los locales son atendidos por jovencitas de envidiable contextura o por varones de porte atlético, a quienes parece se les exigiera el jeans apretado y el peto corto o la polera ceñida y el bronceado perfecto, en los persas o ferias tipo Bio-Bio reina la más caótica de las variedades: desde mujeres que en nada se diferencian de una dueña de casa barriendo la vereda, hasta señores de perfecto frack y corbata humita, sin olvidar al tipo que lejos de simular un vendedor de baratijas, más bien parece pordiosero. De este sitio de verdad se puede decir que "es atendido por sus propios dueños".

Ninguno de nosotros espera encontrar a alguien mendigando al interior de las grandes tiendas. A pesar de ser una realidad urbana en franco crecimiento, los pordioseros y mendigos no forman, no pueden formar, parte del cuadro. Como si fueran escoria, son rápidamente espantados en cuanto osan acercarse a estos lugares. Son una realidad que sobrepasa por mucho el esquema de libre mercado que vivimos, son en verdad un problema eterno de nuestras calles, mala cosa para el pujante negocio de los malls. Por el contrario, son parte del inventario de todo persa o feria libre, los encontramos a cada paso, sonriéndonos con sus muecas desdentadas y con la mano estirada, sosteniendo la esperanza de que caigan un par de monedas, o tirados junto a la vereda, babeando mientras duermen, sirviendo de cálido hogar de piojos y liendres, o de paradero delicioso de las moscas, junto al fiel perro carcomido de garrapatas, ejemplo de fidelidad y mansedumbre.

Un golpe seco del vendedor sobre un libro, o sobre un objeto de nuestro interés, para ahuyentar el polvo o un par de sopladas de nuestra parte, suponiendo que no seamos alérgicos, nos permitirá evaluar la oferta en un "persa". En los malls, en cambio, todo yace inmaculado, dispuesto de fragante modo para nuestro deleite. Cosa curiosa : un libro en el "persa", por el solo hecho de llevar en la tapa el ilustre nombre de Neruda o Mistral, suele costar el doble en precio que si lo hallásemos nuevo en cualquier librería de una gran multi-tienda. Y por el contrario, un objeto raro, como puede ser una antigua moneda para un numismático, puede costar un miserable 0,01% de su valor real. Lo que es útil o valioso para algunos, es basura o chuchería inane para otros.

La maquinaria comercial de las grandes tiendas piensa en todo. Así pues, nunca será necesario agacharse o empinarse demasiado para evaluar los objetos en oferta, bastará con estirar la mano o posar la vista sobre un artículo y ya estará a nuestro alcance. La comodidad para el cliente es el credo para el vendedor. En los "persas" o ferias, por el contrario, son ejercicio prohibido para los enfermos de ciática, o los ancianos desgastados. La mayor parte de la oferta está surtida de ingenioso modo a nuestros pies, en el suelo, o muy cerca de él. Así sean libros o botellas de leche. Luego, agacharse a cada pregunta será requisito esencial del buen comprador, porque acá no se estila favorecer demasiado a los clientes con atenciones de gente amable.

La gente

Hoy por hoy podemos encontrar de todo en todos lados. Mujeres de rancia alcurnia sometiéndose a un costoso tratamiento capilar en una lujosa peluquería de mall, así como señores de brillante calva, entregados a un peluquero con aspecto de carnicero, quien tiene la difícil misión de enrollarles un mechón naciente de su nuca sobre la pelada, a modo de sombrero y simulando cabello.

En los malls, encontraremos familias completas en sus paseos domingueros, visitando las salas de los multicines o tomando helado mientras miran los escaparates de las tiendas: centenares de artículos que, para la gran mayoría de los habitantes de nuestro Chile son objetos vedados, bien por presupuesto o por no hallarle fin práctico. También hallaremos un ejército de lolas en busca de la moda del minuto, o señoras paseando el poodle, mientras se burlan de la desgracia de la familia Zasminolovich, o comentan las caídas de la Lupita jugando Bridge. Adolescentes entregados a la lucha contra máquinas de vídeo o parejas de la mano programando su futuro hogar.

El Bio-Bio no se queda atrás, mostrándonos sus turistas bien "dateados", quienes con sus brillantes ojos azules se maravillan ante tanto cachureo. O los jóvenes con alma de computines que van a escarbar entre montones de tarjetas por si encuentran el chip faltante en sus consolas. O la dueña de casa con asomos de economista que hurguetea buscando los mejores precios. O las ricachonas camufladas, de jeans y cartera vieja, probando suerte por si hallan alguna antigüedad en buen estado, para después hacer gala de su buen gusto. O el lector de revistas porno en busca del número que le falta en su colección. O un caminante simplemente, mirando entre los trastos a ver si encuentra algo que le sirva.

Es la gente de Chile, en todos sus estratos, en todas sus facetas. Nuestra gente que alimenta estos lugares, ya sea tratando de parecer un estudiado modelo norteamericano o absolutamente indiferente del entorno o de las apariencias. Nuestro modo de ser se refleja en todos sitios. Lo mismo da si está limpio, si es de manufactura nacional o la copia feliz del gringueli.

Puede parecer extraño hablar del Chile de los malls, pero no podemos dejar de lado el hecho de que, por muy "gringo" que sea el concepto de gran tienda o mall, los consumidores seguimos siendo Chilenos, Chilenos que tenemos muy metida dentro de nuestra forma de ser, la costumbre de copiarlo todo, de imitar todo lo que venga de afuera. ¿Acaso no es esa nuestra idiosincracia? ¿No estaba toda la clase alta del siglo pasado y principios de siglo empeñadas en hacer de Santiago otro París? Tenemos que aceptar el hecho de que nuestra cultura evoluciona, a nuestro modo, para bien o para mal (o para mall si gustan), y que no importa si se trata de un mall o del Bío Bío, estos lugares estarán en Chile y serán mantenidos y visitados por gente Chilena, y serán únicos, tendrán siempre nuestra característica, no por su forma, ni su limpieza o ausencia de ella, sino por su GENTE, rica, pobre, rasca, rancia o como queramos llamarnos, gente que hace de Chile lo que es.

Desde que tengo uso de razón he venido escuchando ideas muy hermosas que dicen relación con recobrar nuestro "auténtico modo de ser… nuestra "identidad" nacional. Es cierto, DEBEMOS hacer algo para no echar al simple olvido muchas cosas que son y han sido patrimonio cultural de nuestro país: mil usos, objetos, edificios, costumbres y tradiciones, especialmente en vista del hecho de que no somos un país con gran respeto o cariño por su pasado. Debemos educarnos a nosotros mismos. Sin embargo, no podemos caer en la mentira fácil de negarnos lo que somos, cómo obramos. Adoptar lo foráneo es NUESTRO, aunque suene raro o chocante. ¿Cómo explicar si no, que en el papel nuestro baile nacional sea la cueca y en la práctica lo sea la CUMBIA Colombiana?

No podemos hacerle el quite al progreso, los malls son parte de nuestra realidad actual, tanto como los "persas" (concepto foráneo también) o las ferias. Terminaremos asimilándolos, o absorbiéndolos… como sea, Chile seguirá siendo Chile, aunque el envase parezca una cajita feliz de un McDonnald. Ojalá eso sí, llegue el día en que a nadie se le tache de "out" por servirse una carbonada bien aliñada en un foodgarden de mall… ojalá… soñar es gratis, una costumbre muy Chilena por cierto.
 


CUCHO



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