UN MERCADO PERSA "ELEGANTE"

Si te gustan las antigudades y un domingo cualquiera (leer con acento argentino) andás por la hermana rrrrepública, acercate al subte, buscá la línea C, bajate en la Estación San Juan, y caminá por una callecita de Buenos Aires de esas que tienen un no se qué, hasta una placita encantadora y preparate a desembolsar dólares y más dólares.

Bueno, esta es la historia de los padecimientos que hube de sufrir cuando me llevaron a la Feria de San Telmo.

Por causa de un seminario de conservación de textiles, que es a lo que me dedico profesionalmente, aparte de escribir gentilmente para El Ático, tuve que pasar una semana entera en el húmedo Buenos Aires. Apenas llegada un sábado por la tarde y sorprendida por el aire limpio de una ciudad que no tiene la desgracia de estar encerrada entre cerros, me comunicaron el panorama de la mañana siguiente: San Telmo.

Allá enfilamos 10 chilenos que habíamos cruzado la cordillera tras los conocimientos de cómo lograr que los añejos textiles de nuestros tatarabuelos nos acompañen aún hasta nuestros días.

Con una de nuestras colegas argentinas como guía nos sumergimos en el “subte” (metro para nosotros) hasta la estación San Juan de la línea C. Allí enfilamos por la calle Humberto 1º hasta la Plaza Dorrego. En realidad la feria empieza un cuadra antes.

Lo reciben a uno un buen número de pintores y escultores urbanos, con esculturas de fierro con personajes típicos, cuadros con callecitas de Buenos Aires... algo así como la Plaza de Armas de Santiago, pero con “más pelo”. Las tiendas tienen objetos antiguos como para marearse: vestidos de comienzos del siglo que recién se fue, muebles de época, cachureos de esos que son preciosos, no sirven para nada excepto lucirse y valen un ojo de la cara y la mitad del otro.

Una vez llegados a la placita en cuestión pude evaluar el tamaño de mi desgracia, medida en la cantidad de dólares que habitaban mi bolsillo... no muchos tras tener que afrontar todos los gastos del viaje... pero bueno, recrear la vista y los sentidos todavía se puede hacer gratis.

La feria en sí, como cualquiera de ellas, consiste en una pila de puestecillos ordenados en callejuelas dentro de la plaza, hechos con tableros y mesones portátiles, carpas de plástico o lona y el vendedor con sus mercancías.... ¡pero qué mercancías!

Si les digo que soy de naturaleza cachurienta y además trabajo en un museo, se imaginarán que mi amor por algunos objetos de épocas pasadas es enorme... especialmente si se trata de abanicos... botellas, botones, juguetes, guantes, abanicos, libros, botellas, abanicos, cajitas, gatos o brujas de cualquier especie... y abanicos.

Pues he aquí que había puestos con 20 o 30 abanicos distintos, de varias épocas, de marfil, de ébano, pintados a mano, de encaje, de luto, de novia, españoles, franceses, argentinos.... de carey, de sándalo...

Y das la vuelta en una esquina y tienes una tienda de puros botones como los que usaba mi abuela Ita, de esos con los que jugaba hace tres encarnaciones... otra vuelta y aparece un puesto de juguetes hechos con desechos como hormas de zapatos antiguos, aviones, helicópteros, buses, autos . Más allá hay un puesto de botellas de esas de soda, con sifón de plomo, de cuando no se sabía que era tóxico... hay azules, verdes, blancas, lisas, con dibujos de sirenas o marineros, con estrías, con texturas... son baratas... me compro tres, una para papá, dos para mí... ¡pero pesan! Hay botellas de botica, azules, café, verdes, botellitas, botellones... Neruda tiene que haber venido alguna vez, pienso y recuerdo su bar en Isla Negra.

Otro giro y hay sombreros, viejos, viejísimos y ni tanto, con plumas, sin plumas, con velos, de piel, de tela, de hombre de mujer, de paja, hallullas de esas del charleston.

Y para que hablar de los cubiertos de plata, arreos de caballos, armas antiguas, relojes de todos, tipos, cámaras fotográficas, zapatos antiguos, y etc. etc. etc.... y más abanicos y una tienda con lágrimas de lámparas. Finalmente, tras varios regateos, compro tres: uno de niña, pequeño, blanco y de encajes; uno pequeño de carey, y uno de madera pintado a mano... saco cuentas que voy a tener que comer pan duro el resto de la semana, y alego que es el peor lugar al que me pudieron llevar, recién empezando el viaje.

El día que fui había competencia de sombreros, así que circulaban mujeres con un pollo en la cabeza, con un nido de pájaros, con sombreros de juglares, con velos y cintas, todo según la fantasía de la tendera en cuestión.

En medio de la plaza siempre hay grupos tocando y bailando tango; en las calles aledañas hay hombres y mujeres tocando bandoneón ; un hombre baila con una muñeca con tenida tanguera (falda con tajo y tacones) amarrada a sus brazos... el tango definitivamente se respira aquí, pienso, mientras aprovecho de llamar a mi amado de un teléfono público, para hacerle llegar los acordes, danzas, brillos y olores de esta plaza.

La gran diferencia con las ferias chilenas es que aquí hay mayor cantidad de objetos de calidad y en buen estado, no hay que buscar y hurguetear para encontrar algo realmente bueno.

El problema es que para alguien que le gustan estas cosas es un verdadero desfalco, si tienes el bolsillo lleno. Y si no lo tienes es un sufrimiento, pues te lo comprarías tooooodo.

Finalmente, tras horas de mirar y mirar, y una que otra compra, nos retiramos en busca de un almuerzo que calme nuestro estómago y vacíe un poco más el bolsillo, pues Buenos Aires es una ciudad cara para nosotros los chilenos.

A la vuelta en Santiago, y una vez reveladas las fotos, me encontré con una sorpresa, un bello “fantasma” amarillo en la primera foto... si quieren ver una curiosidad...
 
 

BRUJA

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