¿ALGUIEN CONOCE UNA MINA?
Bueno, por el título muchos pensarán que estoy preguntando
por aquellos ejemplares de mi sexo que le roban el corazón a los
machotes... pero no me refiero a esas minas, sino a una mina de a de veras,
de esas de donde extraen metales, de esas que fueron descubiertas por hombres
llenos de sueños, pero con bolsillos magros... de esas minas que
horadan las entrañas de nuestra pachamama.
La cosa es que algún día del último mes de este
año con 3 ceros, “por culpa” de las pegas del Museo de Rancagua,
y por una curiosidad de locos, me tocó subir a la mina El Teniente,
que es nada menos que la mina subterránea más grande del
mundo.
La aventura comenzó a las 9:00 am en Codelco,
en Rancagua. Había que
juntarse con un respetable señor de asuntos públicos. De
ahí nos echaron arriba de un minibús (digo echaron porque
yo andaba acompañando a la directora del Museo). Tras una hora de
viaje por la precordillera llegamos a una casa-hostal-oficina (en realidad
no sé lo que era), donde nos dieron un casco, una máscara
antigases, una casaca con bandas fosforescentes, un cinturón que
pesaba una tonelada pues llevaba la batería de la lámpara
más la lámpara, y un cajita metálica misteriosa que
resultó ser un set de supervivencia de 30 minutos, para casos de
emergencia.... ah!, y un par de botas de agua, que para variar me quedaban
chicas de piernas; tuve que ponerme unas nº 37, cuando calzo 34.
Una vuelta más y aparecen más instalaciones: el terminal
de los buses que trasladan a los mineros, el terminal del automotor que
los lleva al interior, y bodegas, bodeguitas, fierros, construcciones,
edificios, caminos, chimeneas, piscinas, y nada de verde.... y más
y más construcciones y fierros y muchos edificios viejos e instalaciones
abandonadas.
Por ahí paramos a colocarnos las vestimentas (las botas ya
las teníamos donde correspondía: en los pies), instalar la
lámpara en el casco y colocar la baliza en el minibús.
Otro giro en el camino y llegamos a una entrada de túnel tan
chico como el de
La Calavera, en la V Región. Me imaginaba una entrada más
grandilocuente... y definitivamente no me esperaba túneles por los
que circulan camiones pequeños, camionetas, cargadores frontales,
carros, y una pila de vehículos. Tampoco me esperaba un sistema
de semaforización interno, controlado por un computador que regula
el tránsito al interior de la mina... también hay teléfonos
para llamar a cualquier parte, si el código del trabajador lo permite,
hay oficinas repartidas por los túneles...
De tanto ver películas añejas sobre mineros de picota
y pala se me había olvidado que iba a ver una mina del siglo 21,
con tecnología de punta, de donde se extrae el 3% de la producción
mundial de cobre. Por ahí me explican que El Teniente es el 3%,
Codelco el %15 y Chile el 41%.
Bueno, y he aquí que entro a la mina... si me preocupaba el
aire a respirar, resulta que le inyectan no se cuántas toneladas
de aire a presión, por lo que adentro se respira mejor aire que
en mi departamento del centro de Santiago. Con sistemas de puertas sincronizadas
se evita que el polvo de las excavaciones inunde la mina entera.
Circulamos en el mismo minibús, hasta llegar a unas oficinas
enormes, con paredes estucadas y pintadas de blanco, con cielos de roca
pura... y con un arbolito navideño en una mesa. En este sector hay
un casino para los trabajadores, hay teléfonos, computadores, televisión,
baños para visitas, muchos avisos sobre la seguridad en el trabajo...
y todo lo necesario para hacer cómodo el trabajo. Aquí nos
apeamos del vehículo y seguimos a patita.
Los mineros tienen ropas y cascos de distintos colores, dependiendo
si son eléctricos, técnicos de algo, mineros propiamente
tal, encargados de los explosivos u otros oficios. Existen ascensores enormes
que sirven para vehículos y gente, ya ni me acuerdo si subimos o
bajamos, pues el asunto que nos llevó a la mina era conseguir objetos
usados en las primeras etapas de explotación, para una exposición
del Museo, por lo que íbamos al sector más antiguo.
A estas alturas ya había tomado bastantes fotos, y echado
suficientes garabatos porque me estorbaba la visera del casco para enfocar.
Todos los túneles por los que había andado tenían
bastante luz y una pila de cables en la parte alta. Tras la última
puerta nos adentramos en un sector con pocas luces, donde estreno la lámpara
del casco... es... emocionante, impactante. Pensé que me iba asustar
o sobrecoger el hecho de andar bajo tierra, con toneladas de montaña
sobre mi cabeza, pero no. Nuestro guía se ríe de mis ojos
enormes ante tanta novedad.
La mina es fría por dentro, menos mal que me pasaron una casaca...
me imagino como será en invierno. El aire que se respira es helado,
pero bastante limpio... con algo de polvo en suspensión, y algo
de agua. En los socavones oscuros resuenan los pasos, los chapoteos en
las posas de agua... nos cruzamos con una vía más transitada:
pasa un camión con material... seguimos caminando, una puerta más
y llegamos al sector Fortuna Regimiento. Un cartel recuerda el tránsito
del material al interior de la mina. En la oficina tienen colgados fierros
y herramientas usados cuando la cosa se hacía a punta de pala y
picota.
De aquí nos llevan a ver cómo trabajan los LHD, palas
mecánicas que hacen ahora el trabajo del hombre. Llegamos a un túnel
donde se siente el ruido del motor
y de la pala rompiendo rocas.... la camioneta pasa a llevar una cortina
de plástico grueso, versión exagerada de las antiguas cortinas
antimoscas de las carnicerías. “Es para evitar que el polvo salga
de este túnel” nos dice el minero. Junto a la entrada del túnel
hay un extractor de aire. Gracias todos estos adelantos los mineros ya
no se mueren de silicosis... nos cuentan que cuando se instaló el
sistema de ventilación, en a década del 60, los obreros se
fueron a paro, pues si se acababa la enfermedad se acababa la indemnización...Solían
ser lo suficientemente buenas como para que se cometieran extravagancias
como cortarse un dedo en la línea del tren, todo hecho en contubernio
con compañeros... así bajaban a Rancagua con los bolsillos
llenos, la garganta sedienta de alcohol y el cuerpo ávido de mujer...
dicen que en esa época Rancagua era una sola y gran “casa de huifa”.
A los obreros los reclutaban en la zona del Maule, pues eran huasos
resistentes y buenos pa’l trabajo... los emborrachaban, les hacían
firmar con el dedo entintado y luego los subían a un tren... despertaban
en la mina.
Los mineros y los patrones vivían en Sewell, campamento minero
que aún se yergue majestuoso al lado arriba de la entrada a la mina.
Allí había colegios, hospital, teatro, biblioteca,
club social de patrones, club social de obreros... dicen que la vida allí
era buena, que había de todo, que los colegios eran buenos, aunque
fueran separados por clase social. Que los hombres y mujeres vivían
en edificios aparte, los casados en otro, lo viudos en otro. Los baños
eran comunes, había algo así como un toque de queda que impedía
que una mujer fuera al edificio de los hombres y viceversa... si eran sorprendidos,
aunque fuera por motivo de encargar el lavado de la ropa, eran obligados
a casarse en 48 horas, o sino eran expulsados... por ahí quedan
matrimonios con 30 años de vida en común: “menos mal que
era güena la señora, ¿se imagina hubiese sido fea?”
Antiguamente no dejaban entrar mujeres a la mina, pues se ponía
celosa; hoy trabajan unas cuantas al interior, en cargos técnicos,
y circulan con sus cascos y tenidas de seguridad. Cuentan que una vez salió
elegida por concurso público una mujer como jefa del hospital; cada
vez que había un accidente al interior y había que ir a rescatar
a alguien, la mina entera se iba a paro, chofer de la ambulancia incluido.
Hoy las mujeres de mineros son invitadas a conocer el trabajo de los maridos,
así les da “ataque de comprensión”, tras cargar por horas
los titantos kilos del equipo de seguridad.
A la salida de la mina vamos a Sewell (¡por fin me saco el
cinturón!), ese
que está siendo postulado a Patrimonio de la Humanidad. Entero construido
en madera, queda sólo la tercera parte de lo que fue en los años
60. Hoy están restaurando sus edificios, sus escaleras. He visto
tantas fotos de este lugar que me emociona caminar por fin por sus senderos
y escaleras. Trato de imaginar la vida allí, en medio de la árida
montaña, respirando aires sulfurosos de Caletones, con niños
jugando en las escaleras...
Hora de bajar. Un almuerzo rápido en el casino de Sewell y
al minibús. A la bajada recuperamos nuestros zapatos y devolvemos
todo el equipo. Vuelta la verde de la precordillera, vuelta a Rancagua.
BRUJA
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