UN MERCADO DE COLORES
A unos kilómetros al norte de Quito, Ecuador, existe un pueblo
de orgullosos indígenas, que aún hablan su idioma y visten
sus ropas: los otavaleños. Por estos años muchos los deben
haber visto en nuestras calles santiaguinas... son de estatura pequeña
(yo, con mi escaso 1,50 m me siento casi grande al lado de ellos), de tez
morena, pelo negro y largo, hombres y mujeres lo llevan casi siempre trenzado
o amarrado en un moño; las mujeres usan un traje azul, con enaguas
y blusas blancas y con encajes o bordados; collares de interminables vueltas
de cuentas de vidrio anaranjadas en el cuello, y alpargatas en los pies
(llueva o truene); los hombres usan sombrero de fieltro oscuro, y en ocasiones
de fiesta un traje tan blanco que llega a encandilar.
Pero basta de presentaciones, pues lo que les voy a contar es del
mercado de artesanías que se instala cada sábado en la plaza
de Otavalo, la ciudad donde viven... al norte de Quito, si mal no recuerdo,
a un poco más de 100 kms.
El camino hacia
Otavalo es uno de esos típicos de la sierra ecuatoriana, lleno de
curvas y pendientes y vegetación lujuriosa y micros y buses con
conductores un tanto demenciales que adelantan en curvas, subidas, bajadas
y túneles y donde les da la regalada gana... valga la aclaración
que Ecuador tiene menos accidentes de carreteras que nosotros los “jaguares
de Latinoamérica” (¡ja!)..
Bueno, una vez llegando al pueblo, que está a unos 3.000 mts
de altura, es fácil llegar a la plaza donde se instala el mercado:
toda la gente va hacia allá. Imaginen mi expectación de adicta
a las artesanías y los textiles al llegar a ese mercado tantas veces
visto en documentales... y más encima con un presupuesto un tanto
reducido en el bolsillo.
Pues al dar la vuelta
en una esquina me asalta de repente un puestecillo lleeeeeeeeeeeno de esos
pájaros y frutas de madera de balsa, todos colgando y todos rebosantes
de colores y brillos y formas y figuras... pues al lado hay otro puesto
igual, y más allá otro y otro y otro... aparte de faltarme
$$$ parece que me van a faltar ¡fotos!
El mercado no sólo está en la plaza, las calles aledañas
también se llenan de puestos y artesanos que ofrecen cerámica,
cestería, tejidos, figuras de madera de balsa, más tejidos,
sombreros de paja toquilla, de esos que usaban los gángster, réplicas
de objetos arqueológicos, más tejidos... y más tejidos.
¿Por qué tanto? Resulta
que los otavaleños son un pueblo tejedor por excelencia, descubrieron
un intermedio entre la producción artesanal y la semi industrial
que les permite fabricar metros y metros de tejidos, tanto así que
de a poco están invadiendo los mercados artesanales de otros países
con sus tapices de lana cruda con figuras como mujeres con niños
a la espalda, campesinos con alpacas, y esas cosas. Bueno, también
tejen chalecos a palillo, muy parecidos a los que venden en el sur de Chile,
alfombras, bolsos y toda clase de objetos de mezclas culturales como bananos
(canguro pa’ los argentinos), monederos, billeteras, y muchos etcéteras,
pero todo con su sello característico. Les ha ido tan bien con su
actividad artesanal, y son tan conocidos a nivel mundial, que no es raro
verlos en enormes camionetas último modelo, y viviendo en casas
bastante lujosas, construidas en las afueras de Otavalo.
Este mercado rebosante de color es visita obligada para todo turista
de paso por Ecuador, figura en absolutamente todas las guías turísticas,
por lo que los días sábados, Otavalo es algo así como
la sede de las Naciones Unidas. Los artesanos aceptan pago en dólares,
y hay suficientes cajeros automáticos en el pueblo para los que
sufrieron tentaciones irresistibles y se quedaron sin efectivo... que digamos
que fue mi caso.
Los ecuatorianos son insistentes, por lo que cada dos pasos te asaltan
para ofrecerte unos bellos canastitos de esos de Cuenca, 10 cestitos que
caben uno dentro de otro, todos con su tapa; tapices grandes, chicos, medianos,
con más o menos colores; loros
colorinches de madera, o una sandía colorinche de madera, o una
vasija de greda, o un sombrero que le queda precioso niña, se lo
dejo bien barato; cinturones de cuero del vecino pueblo de Cotacachi; un
encantador piso de tres patas y asiento de cuero tallado; o pajaritos de
esos para poner en los maceteros; tallados de madera de la ciudad de Ibarra,
que quedan absolutamente fuera de mi presupuesto; chalecos de todos colores,
venga niña, que yo le hago un descuento; chales de esos teñidos
con amarra, de los que hacen en Gualaceo y Salasaca... ¡yo quiero
uno de ésos!; bolsos y shigras tejidas con bejuco... ¡ahhhh!...
venga niña, yo le hago precio; 25.000 por un chal y una shigra...
venga, mire no más, si no va a encontrar más barato... es
mucha la tentación, y el cambio es muuuy conveniente pa’l bolsillo
chileno.
Luego de hacer
las compras me dedico a mirar a los y las otavaleños. Son bajos,
dignos, bellos, orgullosos de su etnia; las mujeres andan con su hijos
a la espalda, a veces son niñas de apenas 6 o 7 años que
andan con el hermano pequeño a cuestas. No les gusta que las fotografíen,
tengo que esconderme por ahí para lograr inmortalizar a una Los
hombres, con su pelo largo y su tez lampiña lucen tremendamente
varoniles (sí, ya sé que no es la mejor manera de describirlos,
pero es curiosa la sensación que me dejan).
En una esquina de la plaza está el sector de las comidas:
maíz asado que te lo comes a mascada limpia; cuyes y chanchos asados
que no me atreví a probar... maní tostado y cosas parecidas
que estaban bastante buenos... y plátano, plátano, plátano,
plátano; frito, dulce, salado, frío o caliente.
En otro sector están los pintores locales, cuadros con escenas
de la vida cotidiana, vistas del pueblo... lástima que ya hice el
desfalco de compras de artesanías.... ¡ops!, se me había
olvidado comprar un chiva, esas micros de cerámica con pollos, fruta,
neumáticos, sacos, chanchos, y cosas varias en el techos... ¿cómo
no llevarme una?... y hay de todos los tamaños, unas pequeñitas....
pssssss.... a juntar las chauchas.
Finalmente, tras quedar absolutamente trasquilada, monetariamente
hablando, por tanto ecuatoriano que me asaltó con su oferta demasiado
tentadora me voy a recorrer el pueblo, con la mochila pesando como condenada
y la obligación de encontrar un hotel barato.
Caminar a más de 3000 mts de altura, con una mochila de 15
o más kilos en la espalda es más que agotador, y con la humedad
insistente del trópico la cosa se complica un poco más...
sobre todo para una asmática... así que a buscar hotel se
ha dicho, para dejar el lastre y seguir recorriendo, visitar las iglesias
y lo que se pueda... y comer algo.
Finalmente encontramos un hotel con una buena combinación
de precio y limpieza... lo único extraño es que nos atiende
un sordomudo.... pero esa es otra historia.
BRUJA
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