CONVERSANDO CON GABRIELA
Egipto.

El testigo que vé y la manera cómo vé, importan más que las cosas vistas. Por eso, cuando Gabriela, con su forma muy personal, me hablaba de su viaje a Egipto, no me importó su historia, ni las tumbas de los faraones, ni la figura de Tutancamón en su sarcófago de oro, sino cómo reflejó su sentir a través de una visión personalísima.

Con su acento suave y sus manos que se saben mover, me dibujó el camino del Nilo, y cómo en el Bajo Egipto, las tierras se hacen fértiles y se abren igual que un abanico hacia el mar. Sus ojos se llenaron de añoranza al recordar el azul de sus aguas y la ciudad de Alejandría. Ahora, me dijo, ha perdido su esplendor, pero guarda sí, el aura , que es mucho más importante que la belleza. Aprendí allí a sentir distinto, a comprender las mil sutilezas que están ausentes de las cosas materiales.

El Cairo fue, me dijo Gabriela, otra revelación. Llegamos cuando una luna inmensa iluminaba la ciudad, las pirámides se veían suspendidas en el horizonte. Cerré los ojos y me remonté a la época en que no exisitía el tiempo y aún ahora siento esa sensación de vivir desprendida de los minutos, del tic-tac del reloj.

La ciudad se parte en dos, el Cairo nueva, con sus grandes hoteles, las universidades que guardan todo el saber universal, las mezquitas, los museos. Pero, agregó, el tiempo realmente se detiene en el Cairo antiguo. Con sus callejones misteriosos, donde se vive hacinado, inventando los más diversos oficios. Allí, a pesar del hambre, la gente sonríe, el sentido de la vida y la muerte, tiene para ellos una fuerza avasalladora, pues esperan seguir en la eternidad, una vida más placentera, y es por eso, quizás, su manera deprendida de visualizarse.

El colorido tenue de las túnicas y el ver las mujeres con sus rostros cubiertos, donde solamente los ojos miran o atisban, hace que uno retroceda en el tiempo. Aquí, me contaba mi amiga, existe una tolerancia para aplacar los odios de sectas y un respeto por el valor humano, por eso Egipto me enseñó un nuevo sistema de valores, me hizo además de sentir la fuerza del amor, en una mirada penetrante y profunda que me dijo mucho más que las apasionadas palabras de un amante.

Conocí lo que es realmente la belleza y el color en el bazar “Kan el Joli”. Allí, en las pequeñas tiendas, con las maderas de cedro, ébano, sándalo, se mezclan las joyas de piedras preciosas. Las amatistas, junto con el ópalo, hacen un juego de filigrana. El olor tenue de las especias, el colorido de los tapices van formando una atmósfera de evocación, de la cual es imposible sustraerse.

Varias veces al día, este mundo bullante de actividades se detiene para orar a Alá. Donde se expresa el dolor del hombre.

Al caminar en la noche, las notas del laúd te llegan a través de la ventana, decía Gabriela. Te quedas en perfecto silencio para sentir cómo ellas van penetrando en ti. Aún ahora, desentendiéndose del tiempo, se oyen cantos que describen la alegría de todos los seres cuando el sol asciende.

Al remontarse el avión tuve un rato de soledad, me dijo. Descubrí que aquí en Egipto había sido capaz de encontrar al hombre en su plenitud, no tan doliente como el americano, ni tan civilizado como el Europeo, y mirarlo con la suficiente comprensión y sosiego. No necesité ni a los grandes poetas y filósofos para entender esta civilación, tan distinta a la nuestra porque todo está escrito en la mirada y sonrisa de la gente.

Al conversar con Gabriela me olvidé del tiempo, y no percibí que la noche había llegado en silencio.
 
 

CHEPA
 
 
 
 

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