HAY VENTANAS PARA MIRAR AFUERA,
Y LAS HAY PARA MIRAR HACIA ADENTRO.
París.
Cierro los ojos, abro mi ventana y veo la escena, un
bus avanzando por una de las circunvalaciones de París. Eran las
cinco de la tarde de un día de junio, a inicos del verano. El sol
lo inundaba todo. En la radio, Edith
Piaf cantando "Non, je ne regrette rien", y una voz, seguramente la
mía, diciéndome con exaltación ¡estás
en París!. Una emoción próxima a las lágrimas
me sobrevino.
Había estado en París tantas veces sin estarlo, viviendo
con los ojos de mi hija , en la ciudad luz, como si yo misma la caminase.
Y de pronto, esa tarde, experimentaba algo nuevo, aquella sensación
de plenitud que me invadía por dentro.
¿Qué es París para mí? un enigma.
Hay un París
geográfico, otro histórico, otro artístico y otro
gastronómico. Uno donde está el río Sena, con sus
barquitos que van y vienen todo el día y la noche, cargados de paseantes.
Otro donde están sus monumentos y los museos, las librerías,
las iglesias, los cafés, y los parques que he recorrido con mi hija.
Ese es el París real.
El otro es el que nos hace vibrar, el mítico, el que nace
de la sensibilidad de
cada cual. Es la ciudad que sólo existe dentro de nuestro espíritu
y que está entre lo real y lo irreal, entre lo objetivo y lo subjetivo,
entre lo tangible y lo utópico. Para mí, es una de las ciudades
más hermosas desde el punto de vista arquitectónico, con
las grandes avenidas que desembocan en el Arco del Triunfo, la Torre Eiffel,
y el Museo Louvre.
París es la apasionada presencia de Flaubert, Balsac y Hugo,
es la voz de Edith Piaff, Ives Montant y Mireille Mathie; es Marcel Proust
buscando el tiempo
perdido, es Coco Chanel, Ives Saint Laurent y Givenchy; es María
Antonieta, Luis XIV, el cardenal Richelieux; es Brigitte Bardot, Michelle
Morgan, Catherine Deneuve; es Pascal hablando de las razones del corazón
que la razón no conoce; es Juana de Arco, la joven soldado salvando
a su rey para después morir quemada por sus enemigos; son sus cientos
de quesos, sus vinos, sus cremas; y es, por fin, la bohemia de los artista
pobres y geniales, vendiendo sus cuadros por unas pocas monedas, en algún
café de Monmartre, y que hoy se tranzan en millones de dólares.
Son los “caves” existencialistas con Juliette Greco, Sartre y Simone de
Bouvoir a la cabeza; son los escritores malditos que hoy leemos con avidez.
Este es el París mítico, mágico, al cual siempre
queremos volver, el que recreamos en nuestras mentes. Pero hay otro París,
el de los precios inalcanzables, el de los barrios pobres donde se hacinan
negros, árabes, musulmanes e inmigrantes de todos los puntos cardinales;
el de los metro-tren llenos, sucios y con vagabundos deambulando por sus
andenes; el de los tacos, pero ese París lo olvidamos en cuanto
ponemos un pie en el avión… ¿por qué?… tal vez algún
día se los cuente.
ELIANA
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