¡QUE HERMOSA NOCHE!

En la noche me aparezco de improviso en la cocina. Prendo la luz. Sobre los platos sucios de la noche anterior una sombra café, lustrosa y alargada emprende subrepticiamente la huida. Otra cucaracha, similar a la anterior, ni siquiera se da por enterada de mi aparición y continúa comiéndose las sobras como si estuviera en su propia casa. Enardecido, agarro un periódico, lo doblo y la persigo por todos los rincones de la cocina. Logro atraparla justo encima de la mesa. La golpeo con saña y el mantel se ensucia con una sustancia blanca y repugnante. Voy al lavaplatos. Tomo los platos sucios para sumergirlos en el agua y mis manos se llenan de hormigas de diversos tamaños. Las más agresivas son pequeñas, casi invisibles, transparentes. Me lavo las manos y, en ese instante, siento un pinchazo en la pierna. Me agacho con precaución y... allí está el muy desgraciado. Feliz de la vida hinchándose placenteramente con mi sangre. Le doy un manotazo y una mancha roja se extiende por mi piel. Con el ruido que hice y la luz que encendí alguien más se ha despertado. Guardo silencio para oír con mayor claridad y percibo un ronronear que va creciendo paulatinamente. Primero veo una y luego, en tropel, las moscas se dejan venir de todas direcciones. Me siento acorralado. Mi cocina ha dejado de pertenecerme. Los insectos Me avasallan y han convertido mi hogar en su propio ecosistema. Tal parece que, para ellos, yo no existo o, cuando más, soy un intruso y la comida que encuentran es una misteriosa dádiva que les proporciona su Dios omnipotente. La indignación va creciendo dentro de mí y recuerdo los mensajes publicitarios que recomiendan ciertas marcas de insecticidas para combatir las plagas.

Ahora me imagino armado con un potente aerosol impregnando el espacio y los muebles de la cocina para eliminar las plagas. Cierro los ojos y veo caer muertos a los zancudos y a las moscas, las escucho, como en el comercial, lanzando gritos de pánico y me divierto, rencoroso, pensando en el sufrimiento que experimentarán los bichos invasores.

Pero luego, la cordura me hace reflexionar en las consecuencias que pudiera acarrearme el uso de tales venenos y pienso que, quizá, un poco de limpieza fuera suficiente para erradicar las plagas.

El resto de la noche me la pasé haciendo el aseo en la cocina de mi casa. ¡Qué hermosa noche!
 
 

ROLANDO GONZALEZ ALTAMIRANO
(desde México)

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