DEL TORO VERDE A LA PLAYA.
En el concurrido sector de los pubs de Suecia elegí el local
"Green Bull" para adentrarme en el ambiente nocturno santiaguino. La verdad,
sin más pretensiones que pasar un buen rato con una amiga, con quien
no salíamos solas hacía mucho tiempo. Era medianoche, y a
esa hora las mujeres todavía entrábamos gratis a algunos
locales. Cuando llegamos tocaba en vivo un grupo musical que hacía
"covers". El repertorio, coreado por las mujeres presentes, cerró
con Ricardo Arjona y Ricky
Martín. "¡Dime que no!, y me tendrás pensando todo
el día en ti..."
Luego retiraron las mesas y sobre la pista de baile se abalanzaron
todos "a mover el culo". Me compré un trago, un tequila “algo”,
que costó tres mil pesos, y pensé que estaba caro para lo
que pago generalmente por un traguito igual. Pero entendí que, después
de todo, esa es la verdadera ganancia del local.
Con mi amiga comenzamos, entonces, el típico ritual de observar
y comentar acerca de las personas presentes. Por supuesto, de preferencia
el público masculino. “Mira, está bonito ese tipo, pero no
me gusta el detalle de que ande con zapatillas”. “Sí, ¡nada
que ver ponerse zapatillas deportivas blancas para ir a bailar!”. “Mira
ese, tiene cara de niñito, te apuesto que me saca a bailar, típico
que atraigo a ese tipo de hombres”, comenté. También encontramos
divertido volver a vivir ese ritual de que los hombres te pregunten: ¿quieres
bailar?, y mirarnos entre nosotras como esperando una aprobación
antes de aceptar; lo cual no hacíamos desde la época de las
fiestas de colegio, cuando bailábamos las dos juntas o ninguna.
Ahora fue diferente, mi amiga sacó a bailar al de las zapatillas
blancas -ahí se enteró que era peruano, “¡ah!, quizás
allá se usa eso”, comentamos, y lo perdonamos-, mientras yo, por
supuesto, bailé con el “cara de niñito”.
Pero resultó no ser tan niño como parecía, sus
conversaciones revelaron bastante madurez. Era de esas personas que de
inmediato te provocan simpatía, con quien te sientes tremendamente
cómoda, y provocan confianza. No habló superficialidades,
sus comentarios fueron los precisos. Bailé con él toda la
noche, hasta las cinco de la madrugada. Finalmente nos conquistamos con
nuestras miradas, sonrisas y con nuestras empáticas conversaciones.
Y ¡plop!, me besó. Y me dejé besar tiernamente. Debo
reconocer que me extrañé de mi misma. Esta era la primera
vez en mi vida que besaba a un hombre que había conocido hacía
a penas algunas horas. Pero no me sentí mal. Por el contrario, fue
agradable.
Al despedirnos intuimos la intención de volver a vernos. Pero
ninguno dijo nada. Sólo cuando me estaba marchando él me
dijo: casi siempre voy a la playa. El próximo fin de semana voy
a estar allá. A lo cual yo le respondí: ¡ah!, que entretenido,
yo casi siempre voy al campo. ¡No!, me dijo, a la discoteque "La
Playa", en la plaza San Enrique. Podríamos vernos allá, me
dijo, y yo le respondí: podría ser.
Después de meditarlo toda la semana, partí a la discoteque
"La Playa" el sábado siguiente. Lo busqué toda la noche,
pero no me encontré con él. En medio de mi búsqueda
acepté algunas invitaciones para bailar, las cuales no disfruté
mucho porque en realidad tenía mi mente puesta en encontrar a mi
galán. Además, me encontré con la sorpresa de que
durante la noche un par de hombres intentaron besarme cuando ni siquiera
había terminado la segunda canción que bailábamos.
Un poco choqueada, por aquella tremenda falta de tacto, pensé: que
horror que algunos hombres no se den ni siquiera el trabajo de percibir
si existe alguna intención mutua, alguna señal. ¡Qué
se creen!, ¿que por tener buena pinta son irresistibles?.
Observando, casi con la mirada ida, una masa que se movía
al ritmo de la música, por un momento me sentí un poco desolada.
Las voces y el ruido del ambiente parecieron lejanas. Y recordé
cuán acompañada me sentí el sábado pasado.
¿Qué raro, acompañada por un desconocido? ¿Se
puede sentir eso? Sí, yo lo sentí, creo que como pocas veces
me ha pasado en mi vida. En cambio ahora me sentía sola. No era
la música, el ambiente o mi estado de ánimo. Era sólo
que no estaba con la persona correcta. No estaba con esa persona con la
cual uno siente esa inexplicable sensación de empatía.
Esa noche terminó con que al irme, a la salida del local,
un grupo de cinco jóvenes, de un colegio de clase alta, me pidieron
que los acercara a sus hogares. En el trayecto se les ocurrió pasar
a tomar desayuno a un McDonalds ubicado en la calle Apoquindo. Ya eran
las cinco y media de la mañana. Me insistieron en que los acompañara,
que me invitaban a comer algo en señal de agradecimiento, y acepté.
Comiéndonos unos “McCombos”, en un local que, para mi sorpresa,
estaba repleto a esa hora, escuchamos una canción de Christian
Castro, “Angel”, que pusieron ellos en un burlitzer. Y mientras la
entonaban, como románticos adolescentes, uno de ellos me preguntó:
"¿qué te ibas a imaginar que terminarías a esta hora,
con nosotros, en un lugar como éste?". Fue como si leyeran mi mente.
Era justamente lo que estaba pensando en ese momento. Luego pensé:
¿dónde estará él?...
BABS
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