UN ARTISTA DEL CALZADO
Existen algunos oficios en la humanidad, como los zapateros, que,
pese a su utilidad, son mirados despreciativamente por las personas. Sentados
en un banquillo frente a una mesa enana tienen la tarea de recuperar del
olvido el calzado semidestruido. Algunos de ellos han sido artistas trascendiendo
el oficio con el cual se ganan el sustento diario. Tal es el caso, que
tengo el gusto de presentarles, de Juanito Altamirano:
Ya a punto de caer la tarde los nietos teníamos la costumbre
de acercarnos a Juanito Altamirano, no tanto por el interés de verlo
trabajar transformando zapatos viejos en calzado útil para sus dueños,
como para escuchar el universo de cuentos con que nos deleitaba. El abuelo
era un caudal interminable de anécdotas, cuentos y chascarrillos
que constituían la principal diversión de los nietos y sus
amigos en Olmué, un pueblito cercano a Valparaíso. Un día
esperábamos como de costumbre que Juanito diera la última
puntada a unos zapatos de taco alto para que empezara su relato, cuando
se aparece en la puerta de la casa un hombre increíblemente embarrado.
Todos lo miramos, excepto el abuelo que, haciéndose el disimulado,
le daba los últimos retoques a los zapatos femeninos..
-¡Ejem...ejem!- Tosió el desconocido. Pero Juanito,
imperturbable, continuó con su labor.
- Estee... ¿usted es don Juanito? - Preguntó el hombre.
- Así es. ¿En qué lo puedo servir, señor?
- Respondió el abuelo, mirando al hombre con sus pequeñísimos
ojos por sobre unos lentes gruesos de marco metálico parchados en
diversos lugares.
- ¿Será que me pueda arreglar estos zapatos? - Preguntó
y, sin esperar respuesta, agregó: -Están un poco viejitos,
¿sabe?, pero me salieron tan a gusto que no quiero tirarlos a la
basura.- Inmediatamente sacó de una bolsa un par de zapatos cuyas
suelas reían a carcajadas de la ocurrencia.
- Me parece, amigo, que sus zapatos ya pasaron a mejor vida, el cuero
está quemado, las suelas desclavadas...
- Eso ya lo sé Juanito, pero me dijeron que usted es un artista
del calzado y el único que puede arreglarlos -
Pese a su apariencia, el hombre demostraba un profundo conocimiento
del espíritu humano. El elogio hizo efecto ya que el abuelo se rascó
la calva con sus dedos renegridos y deformes por el trabajo. Asintió
pestañeando un par de veces y respondió:
- Oiga, ¿pero ya sabe que la reparación le va a costar
casi lo mismo que comprar zapatos nuevos? -
- Ya lo sé Don Juanito. Ya lo sé -
Apenas se fue el desconocido todo el público infantil preguntó:
- Abuelo, ¿quién era ese fulano? -
- Ah... cómo son curiosos, ya se parecen a su abuela que está
a punto de brincar escondida ahí detrás de la puerta -
Justo en ese instante salió la abuela con cara de indignación.
-¿Cómo se te ocurrió, viejo tonto, aceptar el
arreglo de esos zapatos? ¿No los ves como están? No se pueden
reparar. ¿Cómo pues, si están totalmente destruidos?
-
- ¿Tú que sabes mujer torpe? Hasta otras personas reconocen
que soy un artista del calzado, menos tú. - La discusión
duró largas horas, así es que nos quedamos sin cuento esa
noche y las siguientes. El abuelo trabajaba de noche en los zapatos viejos
sin que pudiéramos observar lo que hacía. Vimos los dos pedazos
de cuero tratados en agua con ácido, luego como lo sobaba con sumo
cuidado con unos trozos de madera muy lisos, a continuación la pintura
y por último la abuela sentada, en la máquina de "aparar"
o coser piel, armando el calzado. .. y ahí los perdimos de vista,
porque el abuelo se quería reservar la sorpresa para el desconocido
y, de paso, para nosotros que, sin ninguna excepción opinábamos
que el oficio de zapatero era el más mugriento y sucio de la humanidad.
El día lunes como a las nueve de la mañana se apareció
el desconocido, en esta ocasión venía con ropa limpia, recién
cambiado, y calzado con ojotas.
- Disculpe que la vez pasada llegara tan embarrado, Don Juanito,
pero la mula me tiró al estero y ya no me pude regresar a la casa.
-
- No se preocupe amigo, no tiene por qué pedir disculpas -
Respondió el abuelo amigablemente.
- ¿Y... mis zapatos, don Juanito? - Preguntó el hombre
buscando por todos lados en el taller. Ladino, Juanito Altamirano, respondió:
- Allí están, arriba del estante ¿No los ve?
-
No sólo el desconocido, sino todos los presentes miramos con
ansiedad el lugar señalado. Allí había como seis pares
de zapatos de hombre y uno de mujer. Todos perfectamente lustrados, pero
de los zapatos viejos ¡ni luces!.
- Oiga don Juanito, ahí no están mis zapatos... -
- ¿Cómo que no? y los negros que están en segundo
lugar, ¿acaso no son los suyos? -
Todos brincamos de sorpresa. En el lugar indicado había un
par de zapatos negros y nuevos.
- ¿Seguro son mis zapatos don Juanito? -
- ¡Seguro! Cómo que estas manos los arreglaron. - declaró
orgullosamente el abuelo. Y con tal declaración y los zapatos nuevos
a la vista de todos los mirones quedó absolutamente probado que
Juanito Altamirano no era un simple zapatero remendón, sino ¡un
artista del calzado!
ROLANDO GONZALEZ ALTAMIRANO
(desde México)
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