LOS NIÑOS Y LA CULTURA POLITICA.
Con motivo de las elecciones
municipales que se avecinan en Chile, es oportuno relatar un hecho
que me correspondió presenciar durante los álgidos meses
de la última elección presidencial. Procedo a narrar tal
acontecimiento que me ha impactado profundamente, con el fin de compartir
mis reflexiones. Santiago fue el lugar, pero perfectamente pudo haber sido
cualquier rincón latinoamericano. Los nombres y los detalles por
hoy pueden ser omitidos; las razones tal vez ni siquiera las vislumbran
sus protagonistas. Quizás ustedes me ayuden a avizorar algunas de
las consecuencias.
Aquel fue uno de esos días de ambiente enrarecido por el calor
electoral al que estamos reacostumbrándonos. El sopor de la tarde
estaba adornado por carteles con insulsas promesas electorales y mensajes
ambiguos y grandilocuentes. El té estaba servido, y el aroma del
panqueque con mermelada hacía olvidar las tensiones inusuales de
aquel verano. Los dueños de casa hacían lo posible por atenderme
bien, mientras yo trataba de mostrarme complacido. Entretanto, se producía
la conversación amena al son de las cucharadas. Se hizo tarde, y
los hijos de mis anfitriones jugaban ignorando las delicias que había
en la mesa.
La pequeña niña, de unos siete años, comenzó
a pegar figuras recortadas en una especie de álbum que había
hecho en un cuaderno. Ella reía y su madre fue a su lado, al parecer
celebrando los nuevos elementos de su colección. Entonces me di
cuenta de lo que sucedía. Comprobé, con menos asombro que
rechazo, que el álbum estaba conformado por decenas de fotos de
uno de los candidatos presidenciales. Al tiempo que su madre estaba fascinada,
yo me deshacía en un sentimiento desagradable que no supe cuantificar
entonces. Mi visión de lo que es el rol de los padres se acababa
de hacer trizas delante de mí. Mil preguntas llegaron a mi mente
de una vez ¿Cómo una niña tan pequeña iba a
entender lo que estaba haciendo? ¿No había otro motivo más
acorde a su edad para entretenerse?.
Aunque en ese momento decidí no intervenir más allá
de un par de consejos, debo confesar que reflexioné profundamente
en los hechos sucedidos durante aquella tarde de verano. Sin lugar a dudas
la vivida fue una situación extrema; no obstante pensé principalmente
en un punto clave: las consecuencias del rol de los padres en la formación
de sus hijos. Basta hurgar un poco más lejos de nuestro entorno
para advertir casos en que los padres imponen su propio pensamiento.
Medité, en primer lugar, acerca de la formación de
la inteligencia. Esta debe ir de la mano de la inculcación de un
espíritu crítico; el niño necesita ser estimulado
para cuestionar todas las cosas. El tema político, en cambio, da
para apasionamientos propios de los adultos pero absurdos ante los ojos
de un niño. Entonces, hay que comenzar por entender que el niño
necesita de estímulos para impulsar su desarrollo cognitivo. A medida
que crece, el adolescente dice ¿y por qué esto tiene que
ser así y no de esta manera o de esta otra? Busca respuestas y lucha
por encontrar su propia identidad. Por el mismo motivo la imagen paternal
cae ayudada por el peso de los desatinos descubiertos. Una de las razones
que pueden aducir los padres es que quieren que aprendan “lo que es bueno”,
en vez de que se den cuenta por sí mismos. Pero no se dan cuenta
que de una manera u otra, aunque suene fuerte decirlo, les están
lavando el cerebro.
Consideré la influencia en la cultura política (por
no decir democrática) de la sociedad. Los profundos cambios en la
conciencia política colectiva de Chile que se han sucedido durante
los últimos cincuenta años han tenido consabidos impactos
en nuestra historia reciente. La enseñanza política confrontacional
es incompatible con el discurso actual de unidad. No se puede pretender
tal unidad (o al menos armonía) en el futuro si inculcamos una idea
política sin que el niño tenga siquiera derecho a objetar.
No podemos enseñar una idea política como si fuera un equipo
de fútbol. De esa manera no se construye una sociedad tolerante.
Y en este punto me detengo: el advenimiento de una sociedad globalizada
nos demandará a fundar la convivencia en la tolerancia.
Una mirada retrospectiva me permite concluir que los padres no deben
inculcar su pensamiento político a los hijos, sino que estimular
su raciocinio con el fin de que puedan (en el futuro) analizar críticamente
la realidad que los rodea. De ese modo, se desarrolla la inteligencia y
la capacidad de tolerar a los demás.
ADRIAN PEÑALOZA SEGOVIA
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