¿QUE TIENEN DE "GALLINA" LOS COBARDES?.

Todas las mañanas sale de su casa el Duque y realiza un amplio recorrido sobre las que considera "sus propiedades". Olisquea por aquí y allá, levanta pacientemente su pata trasera y procede a remarcar cada poste, tronco de árbol o promontorio que se destaca en el entorno para que no le quepa la menor duda a los perros del Cerro Florida, en Valparaíso, sobre quien es el amo y señor del lugar

Si encuentra otro perro en el camino lo mira con fiereza, lanza un sordo rugido de advertencia, se le acerca con aires de perdonavidas y se le encima para calibrar su valor. Por lo común el otro animal se humilla reconociéndole superioridad, le permite que le huela el poto y discretamente procede a hacer lo propio con el trasero del Duque. Pero, pobre de aquel can que se atreva a desafiar su rugido porque se le abalanza vertiginosamente, lo agarra del pescuezo, le da un par de sacudones y lo revuelca entre el polvo de la calle haciéndolo huir entre aullidos de dolor.

Otros perros, más cobardes, de sólo verlo quedan paralogizados de espanto, se agachan temerosos y, al menor descuido del matón, huyen protegiendo su trasero con la cola enroscada para evitar una mala consecuencia. Él los mira con desprecio y prosigue sus andanzas en un trote caprichoso que parece no tener destino fijo. Los gatos, sus principales enemigos, escapan apenas lo ven merodear por el contorno.

Este día el sol brilla en todo su esplendor, la actividad demarcatoria del Duque llega a su fin. Termina de saludar al último de sus conocidos y de corretear a los gatos del vecindario. Hambriento, emprende un rápido trote en dirección a casa. Casi al llegar, un ruido extraño en medio de un matorral lo hace detenerse en seco. Mueve las orejas intrigado y huele el aire con precaución. Despierto su instinto travieso se lanza rápidamente contra las ramas. Entre ellas descubre unos pollitos amarillos e indefensos que pican y rascan despreocupadamente las raíces del arbusto. Se agazapa viéndolos con mirada perversa. Casi a punto de saltar un rayo emplumado le cae sobre la cabeza, siente un picotazo en el ojo y un rasguño en la nariz. La sorpresa, más que el dolor, lo hacen brincar de susto. Se queda quieto un instante para reponerse, pero un cacareo rabioso y una nueva embestida emplumada lo intimidan y huye alocadamente metiéndose entre aullidos a su casa. La gallina, que no otro animal era su antagonista, lo mira cacaraqueante y retadora con las plumas enhiestas pronta a enfrentarse a cualquier enemigo que ose amenazar a sus pollitos.

Al ver esta avecilla aparentemente indefensa, aunque fiera como ninguna respecto a su tamaño y capacidad ofensiva, no entiendo, la verdad, el motivo que tuvo el primero que se atrevió a calificar de "gallinas" a los cobardes.
 
 

ROLANDO GONZALEZ ALTAMIRANO
(desde México)
 
 
 
 

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