CORAZON DIVIDIDO.

No me acuerdo de mucho en realidad, pero recuerdo que nadie me lo preguntó. ¡Claro! ¿qué adulto le pide la opinión a una niña de 7 años?

Lo único que recuerdo claramente es que todos corrían de lado a lado, mi madre nerviosa y mis abuelas llorando. Canadá ¿dónde será eso? ¿qué tipo de gente vive ahí? Mi padre nos esperaba, según él, con las manzanas más hermosas y deliciosas que en su vida había probado, de esas que son rojitas y duritas al morderlas y saben al paraíso.

Del viaje no recuerdo. Mi abuela nos había hecho unos abriguitos de piel para protegernos del frío canadiense. Y así fue como un 12 de diciembre de 1977, dejé a mis abuelas, tíos, primos, y amigas y me transformé en una “hija del exilio”. Aunque mis padres no fueron exiliados, ese es el término que comunmente se aplica para “esas personas que salieron de Chile en los 70s”.

Debo confesar que fué difícil el primer día de colegio en Canadá. No entendía ni “yes” y en ese tiempo no había hispanos por todas partes como hoy en día. Me molestaban, me insultaban y lo que me daba más rabia es que no entendía nada de los insultos, pero sabía que eran insultos por sus risas burlescas. Yo era chilena y como tal usaba trencitas de esas que la mamá te hace bien apretadas, como para que no se te escapen los pensamientos en la escuela. Las canadienses con el pelo suelto, algunas pintadas, y de blue jeans tan apretados que yo me las imaginaba tendidas en la cama sosteniendo la respiración para poder subirse el cierre. Me tiraban mis trencitas, me decían que parecía tonta con mi forma de vestir tan “nerd”.

Costó, pero con el tiempo me solté las trenzas y lentamente, así como el camaleón a pleno sol, comencé a cambiar. Quizás no a cambiar, sino más bien a mezclar , así como mezcla el científico loco, de algún dibujo animado, un animal con otro y crea una mutación fantástica. Ya no era chilena, no quería saber nada de “ese” país. ¿Chile? ¿qué es eso? No quería hablar español o escuchar música chilena, no quería ni que mis padres me mencionaran nada de allá. Después de todo me había costado tanto transformarme en quien todos los demas eran…

Y así viví por muchos años hasta que regresé a mi país un diciembre de 1985 a pasear. Sentí que había regresado a mi casa. Me imagino que así se debe sentir cuando uno va a la guerra y duerme en el piso y pasa por cosas horribles, y después de un largo tiempo uno por fin puede poner la cabeza en su almohada. Mi abuela me llegaba al pecho pero igual me dió un abrazo que me desarmó, de esos abrazos que no sentía desde el día en el aeropuerto que me despedí de ella. Todos contentos, ¡¡no hallaban que contarme y como agradarme!! Los miraba extrañada y pensaba que no tenía recuerdo de que alguien fuera así conmigo antes. Y por fin, como una cachetada fuerte en la cara, de esas como cuando le faltas el respeto a tu papá, me dí cuenta que esa era mi gente. Los abracé fuerte y decidí quedarme con ellos. 

Con los años volví a Canadá a estudiar, ya casada y con un hijo. Esta vez sí recuerdo el aeropuerto y como me corrían las lágrimas al tener que dejar mi gente una vez más.

Ahora pienso en que sigo siendo una mutación de dos culturas completamente diferentes. No puedo evitar emocionarme cuando escucho a Tito Fernández o la Canción Nacional pero, al mismo tiempo se me pone la carne de gallina cuando escucho Oh Canada. Acá soy y siempre seré “una inmigrante”, en Chile me dicen “ la canadiense”. A veces imagino que debe haber algún lugar donde viva gente igual a mí, gente con el alma dividida.

Mis padres nunca se han acostumbrado a Canadá y dicen que todo en Chile tiene mejor sabor : el pollo, los tomates, el pescado… y viven extrañando el sabor de la fruta Chilena, incluyendo las manzanas que según ellos, son las mejores del mundo porque las de acá “no tienen sabor a nada”.
 
 

VIUDA NEGRA
(desde Canadá)
 
 
 
 

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